La democracia se desarrolla en entornos de economía de mercado con un nivel aceptable de competencia. Cuando no se combaten prácticas restrictivas, como el excesivo dominio del mercado o los acuerdos entre competidores para repartírselo, tiende a producirse una acumulación de recursos en pocas manos, un crecimiento del “poder del dinero” que acaba por contaminar las decisiones políticas y el ejercicio de las libertades. Si las situaciones de excesiva concentración tienen lugar en el campo de la comunicación, entra en juego un acumulador adicional el “poder de la palabra”. Ocurre en los EEUU, como muestran las fotos de la fila de invitados privilegiados aplaudiendo la toma de posesión de Donald Trump. Su vuelta a la Casa Blanca concentra los grandes acumuladores del poder que describen los tres primeros capítulos de mi ensayo, al añadir a los dos anteriores el control del “aparato”, el Estado de la primera economía del mundo. Como síntoma de la situación, por primera vez, cinco personas con un patrimonio superior a los 1.000 millones de dólares están en su gobierno.

El tema ya se tocaba en la entrada del 15/1 (Llega SuperTrump) y parece que será foco de atención permanente los próximos años. Hoy me interesa centrarme en algo que no siempre valoramos: la importancia de regular bien los mercados para fomentar la libre competencia. Necesitamos normas que eviten excesivas cuotas de las ventas, sobre todo en sectores muy sensibles, y disponer de tribunales capaces de aplicarlas. Tuve la suerte, cuando estudiaba derecho en Santiago a mediados de los 60, de contar con un gran catedrático especializado en estos temas (Carlos Fernández Novoa), que creó un seminario donde algunos aprendimos mucho. A mí, el único que manejaba el inglés, me encomendó resumir sentencias del tribunal de competencia norteamericano, que imponían elevadas multas a las farmacéuticas, por programar el lanzamiento de nuevos antibióticos en los años 40 y 50. Dejaban que cada una de ellas, por turnos, vendiera en exclusiva el nuevo producto. Las otras esperaban uno o dos años a fabricarlo, para permitir a la elegida “descremar” el mercado.

En el marco de la economía global, las grandes multinacionales están por todas partes, sobre todo las relacionadas con las nuevas tecnologías. Esta situación y la existencia de diversos espacios fiscales y regulatorios les permite elegir en parte donde tributan o se les juzga. Juegan con los Estados, que se cierran en posturas nacionalistas ahora en alza, y no son capaces de poner límites. Los poderosos sólo miran sus intereses y navegan por encima de viejas fronteras. El país central para el crecimiento de oligopolios en el mundo de los sistemas de información son los EEUU, que los protegen porque tienen allí sus sedes. No son tan duros con ellos como lo fueron con las farmacéuticas hace tres cuartos de siglo, quizá porque, entre éstas, también había europeas.

A Europa le toca reaccionar, sigue siendo un mercado muy grande donde no se debe permitir el desmadre oligopolístico, especialmente en lo relacionado con la información. En ese ámbito, al problema del enriquecimiento injusto se une la capacidad de manipular el comportamiento de mucha gente en función de lo que les interesa: más nacionalismo, más fronteras, menos organismos internacionales que les puedan poner límites. Dicen que el ciberespacio no necesita gobiernos, ya están ellos. Pero es donde hay que actuar y poner normas que eviten desmadres. En estas páginas, que tienen un apartado Zuc-Ker-Berg  ya se han sugerido algunas medidas: prohibir que una empresa o grupo de empresas tenga más de una red social, que fabrique a la vez el software y el hardware de instrumentos de comunicación, que el dueño de redes sociales pueda adquirir compañías especializadas en inteligencia artificial… La rama de derecho mercantil centrada en la competencia debe adaptarse al mundo actual, para el buen funcionamiento de los mercados y la defensa de las libertades contra los abusos. La UE ya lo intenta, hay que apoyarla para que siga, porque es el único instrumento serio de la humanidad para superar los tinglados ávidos de poder que se forman dentro de los estados nación, sobre todo de los más grandes. Por esa capacidad de adaptar el marco jurídico a nuevas realidades, la UE, no me canso de repetirlo, está en el punto de mira de los grandes estados que quieren debilitarla, desde fuera y desde dentro. Fomenta otra manera de hacer las cosas, que, de consolidarse y copiarse en otras regiones, les obstaculizaría sus ansias de dominio, de repartirse el mundo.

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