En 2019, los procesos electorales y la presión del procés han impulsado a la ultraderecha. Vox encuentra apoyo principalmente entre las capas de población menos cultas del centro y del sur que comparten su versión simple de España. La situación empuja al PP a refugiarse en sus entrañas más nacional-católicas, representadas por la línea que promueve el ex presidente Aznar. La radicalización ha terminado por convertir a Ciudadanos en una fuerza marginal, confirmando que en España no se puede ser de centro y, a la vez, un centralista jacobino (entrada del 11/11 en este blog).

Como consecuencia, tenemos una derecha que empieza a perder su visión europea y a caminar por sendas de nacionalismo, machismo y xenofobia. A los conservadores aún les pesa una larga historia de monarcas absolutos y generales salvapatrias. Les cuesta asumir que pertenecemos a la UE, una organización supranacional en la que existen instancias judiciales que garantizan que los países miembros cumplan procedimientos democráticos. Por eso se les atraganta la supervisión exterior sobre tribunales que dominan y que han utilizado desde hace treinta años para recentralizar el marco constitucional y castigar con saña a los que caminan en otra dirección.

La radicalización arrastra el debate político a niveles de virulencia que degradan la tolerancia y la capacidad de acuerdos que caracterizan los sistemas democráticos. Los políticos catalanes han cometido errores y faltas importantes en los últimos seis años, pero, por favor, no olvidemos que España es un Estado plurinacional, donde se hablan varios idiomas, de los cuales no sólo el castellano tiene conexión exterior, como hemos visto en la anterior entrada. Por eso no es posible hacer convivir las libertades civiles con una visión simple de país unitario.

La tradición católica tiende a confundir la igualdad ante la ley con la uniformidad. Las diferencias se ven como privilegios y herejías que no deben ser toleradas. Me resulta entretenido observar como Francia y Portugal hablan periódicamente de regionalizar su Administración porque es muy ineficiente (como todas las jacobinas en un mundo abierto), sin conseguirlo porque no saben cómo hacerlo. Mientras España, que cuenta con la ventaja de tener una Constitución de línea federal, se apunta al camino contrario y quiere centralizar todo. Menos mal que tenemos a Europa para tutelar nuestra democracia, aún joven como la de los países del Este, porque me temo que están aumentando las tentaciones de probar viejas soluciones autoritarias.

Las disonancias entre la soberanía nacional y la integración europea crean tensiones en todos los países miembros de la UE, que cada uno maneja como puede, incluso yéndose (Reino Desunido). Mi libro analiza con cierto detalle las causas y problemas del primer proceso histórico de superación de las limitaciones del Estado nación. A nivel institucional, es lo más esperanzador que tenemos para mejorar la gestión democrática de una Humanidad mucho más grande e integrada que la de hace 200 años.

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