Una de las más perniciosas organizaciones que adornan nuestro mundo nos da oportunidad de reflexionar sobre el poder y la degeneración que llega a producir. La NRA cumple en el 2021 los 150 años de existencia y, desde hace 50, es el más poderoso lobby en defensa del derecho a llevar armas en EEUU. Un derecho, herencia de los tiempos de la Conquista del Oeste, incorporado en la segunda enmienda de su Constitución. En el libro uso esta anomalía, que les cuesta directamente unos 25.000 muertos al año, para denunciar la incapacidad de las democracias actuales de enfrentarse a los poderosos, transformarse en beneficio de sus ciudadanos e ir adaptándose a nuevas realidades y cambios de los usos sociales.

La Asociación, que se declara la más antigua del mundo en la defensa de los derechos civiles, es un firme bastión de la ideología supremacista. Sus miembros son fans de Donald Trump y predominaban en la toma del Congreso de Washington. También ha contado entre sus líderes a dos destacados actores, iconos de la América blanca: John Wayne y Charlton Heston.

Por todo eso, los problemas que está teniendo me producen una cierta alegría que quiero compartir. El pasado verano, Letitia James, fiscal general del Estado de Nueva York, les denunció por mal uso de los fondos de sus donantes. Su iniciativa fue seguida por el fiscal general de Washington DC. La NRA es una organización sin ánimo de lucro, tiene ventajas fiscales y recibe lo que en ese país denominan “charitable funds”, por lo que no puede hacer lo que quiera. Ese es el origen de la denuncia de la que podría derivarse la liquidación de la NRA, que también tiene problemas para hacer frente a sus deudas.

La NRA recibe tal cantidad de dinero de fabricantes de armas y otros afiliados que la gente que la dirige, especialmente su vicepresidente ejecutivo Wayne Lapierre, se ha dedicado a darse la gran vida con cargo a ella. Dirigentes que presumen de una ética cristiana superior, han gastado millones de dólares que no eran suyos en vacaciones de ensueño con uso de aviones alquilados, ropas de lujo, joyas, seguridad privada…

La tramitación de acusaciones por prevaricación, llevar a una organización sin ánimo de lucro a una situación de insolvencia, evadir impuestos cargando gastos personales a la NRA y algunos asuntos más, va para largo. La Asociación ha movido su sede de Nueva York a Tejas donde tiene mucho apoyo de alto nivel. Pero eso no la libra de estar bajo competencia del principal estado del este para exigirle responsabilidades. No va a ser fácil que la justicia prevalezca, porque la NRA tiene mucho apoyo de la parte fascista del Partido Republicano, ahora fortalecida por la Presidencia de Trump. Pero, al menos, les han desenmascarado y no podrán presumir de superioridad ética. Si sobreviven, tendrán que pasarse un tiempo con las orejas gachas.

Un caso tan atractivo, por tratarse de quien se trata, permite recordar que los excesos de poder tienden a erosionar los valores morales de las personas o grupos que los disfrutan. El libro que es base del blog dice (pg. 49): “Por puro sentido práctico, tenemos que asumir que la virtud radica, en último extremo, en la falta de oportunidades”. Esa vieja reflexión personal es la que lleva a proponer en esas páginas una batería de barreras y contrapesos que actualicen los que hace más de dos siglos y medio diseñó Montesquieu. Los populistas de ultraderecha, que se consideran depositarios de un mandamiento superior -de dios, de la patria, de la raza- son particularmente vulnerables a las más vulgares bajezas, por eso prefieren sistemas políticos autoritarios donde pueden esconderlas. La peor de ellas es la de ir armados hasta los dientes para matar a los que no les gustan.

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