Me entraron dudas desde que se anunció que estaba contagiado de coronavirus. Donald Trump está muy acorralado en la campaña para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre y falta menos de un mes. También ha dejado claro que no se va a ir por las buenas, lo intentará todo. Su palanca favorita para forzar una revisión de los resultados, si le son desfavorables, es negar validez al voto por correo. La decisión final quedaría en manos de un Tribunal Supremo que controla.

El voto por correo ya se está produciendo, la gente está decidiendo y las encuestas no son favorables. Algunos pensarían que habría que hacer algo más, algo radical e inesperado. Quizá expertos en estrategia electoral hayan llegado a la conclusión de que contagiarse de una enfermedad tan extendida le daba al candidato republicano un aura de vulnerabilidad que lo hace más humano y lo descabalga de la posición de elite supremacista en la que le colocan muchos votantes.

Una curación rápida, casi milagrosa, lo catapultará como una persona fuerte, elegida para dirigir al pueblo, a quien protege el más allá. Demuestra en su propio cuerpo que ese temido virus no es tan fiero, como el mismo había anunciado, los muertos que provoca son sobre todo pobres y afroamericanos, probables votantes demócratas. Ya se ha dado una vuelta en coche para saludar a sus votantes con cara de estar malito, y hoy lo devuelven a la Casa Blanca.

Probablemente los autócratas que le apoyan en China o Rusia, que han demostrado sobradamente su amor por él como principal desacreditador del modelo de democracia que odian, han desarrollado alguna cepa muy debilitada de covid 19, que produce ligera fiebre, da positivo y se la pueden pasar en secreto. Simular que no respira bien es fácil para el showman de la Casa Blanca.

Estén pendientes. Si se recupera rápido, “milagrosamente”, y despega en las encuestas, me quedarán dudas sobre lo que pasó realmente. De todas formas, espero que se ponga bien porque no deseo mal a nadie. Quiero verlo lejos de Washington en enero, pero, eso sí, en buena forma para jugar al golf, como Presidente prejubilado por expreso deseo de su pueblo.

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