A Pablo le va la casta, pero la casta le rechaza

En pocos días sabremos si España va a tener gobierno. Para lograr la investidura, el líder del PSOE parece que no podrá contar con los votos de Unidas Podemos. Esta organización exige formar parte de un gobierno de coalición en el que su líder debería ocupar un ministerio. Al parecer, es una condición innegociable.

Hay razones más o menos lógicas de unos y otros para aceptar programas y otras condiciones, que están siendo comentadas abundantemente y que se esparcen por todo el Estado, como consecuencia de la dispersión del voto,  de la coincidencia de varios procesos electorales y de la existencia de líneas rojas sobre la posibilidad de contar con nacionalistas y neo franquistas en pactos varios. De hecho, el rechazo de Sánchez a Iglesias se justifica porque éste habla de «presos políticos» al referirse a los dirigentes catalanes encarcelados. Asunto sobre el que, en un país más normal, deberían poder darse opiniones dispares sin necesidad de disparar las descalificaciones.

Sin entrar en las posiciones de Podemos, a mí me interesa el caso de Pablo Iglesias porque conecta con modelos de comportamiento que se estudian en el capítulo de mi libro que dedico al “poder del aparato”. Una de las medidas que en él se sugieren es la de que no pueda haber personas que dediquen toda su vida a la política, para que ésta no sea una profesión que mantenga permanentemente a expertos en usufructuar el poder. Según la propuesta que en el libro se desarrolla no se podría vivir siempre de la política.

El Sr Iglesias sería un potencial perjudicado de este tipo de medidas. Ha nacido en una familia con posiciones políticas de izquierda, se ha formado en Ciencias Políticas y, al parecer, le interesan especialmente los movimientos populistas latinoamericanos. De hecho, siempre ha defendido al régimen bolivariano de Venezuela del que parece que obtuvo financiación en los inicios de Podemos. Un partido que fundó hace 5 años con otras personas de su misma línea. Dentro de esta organización, conoció a Irene Montero, su pareja, con la que tiene dos hijos y otro en camino. Irene es también diputada y ocupa cargos relevantes en Podemos.

Gente que vive por y para la política la hay en todos los partidos. Una casta política, como la denominaron en sus inicios los propios simpatizantes de Podemos y a la que pretendían combatir. La pareja a la que se ha hecho referencia es un ejemplo de ello. Vive en un cómodo chalet que, al parecer, les costó 660.000 euros. No me extraña que Pablo quiera ser ministro. Este cargo supone un aumento de sueldo y permite pagar mejor la hipoteca, además de subir un escalón importante en la carrera de cualquier político. Quizá no vuelva a tener una oportunidad como esta.

Dentro del análisis de la sociedad del S. XXI, que realizo en el libro, la constitución de grupos estables en el interior de los aparatos políticos y burocráticos, aparece como uno de los peligros relevantes para los Estado de derecho. Parte de los aparatichi, como les llamaban en la URSS, son personas de izquierdas a los que en Francia se les bautizó de “gauche caviar”. Una ironía que hace referencia a que defienden la revolución rusa, pero que lo que mejor conocen de aquel país es el exquisito producto que proviene de las huevas de esturión, o que hablan de los obreros pero se comportan cómo burgueses.

Es mejor prevenir que curar. Lo de la familia Iglesias Montero puede ser una anécdota, pero deberíamos tomar medidas que dificulten la formación de agrupaciones de personas que viven por y para el poder. A las que los partidos van recolocando por todas partes, dentro del enorme espectro de opciones que ofrece un Estado moderno. Acaban costando mucho dinero, desprestigiando el sistema de libertades y limitando la igualdad de oportunidades.

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