Rusia es ahora sinónimo de los que buscan en el pasado las razones del futuro, Putin es Erdogan, Trump, Vox, Le Pen, Johnson y muchos más. Hay que elegir entre ellos y lo que representa la UE: defensa de la democracia, de la colaboración entre los pueblos por encima de fronteras. Son opciones muy alejadas, la guerra de Ucrania plantea una disyuntiva que es el eje del último capítulo de mi ensayo (Más Allá del Estado Nación).

Los mismos nacionalistas radicales de la zona que antes abarcaba la URSS empiezan a señalar la dirección correcta. El presidente polaco, Andrzej Duda, ha visto las orejas al lobo de la estepa y comprende mejor las ventajas de esa UE a la que denostaba por forzarle a respetar reglas democráticas. Hace honor a su apellido y duda. Nació en Cracovia que está cerca de Lviv (Leópolis), situada al oeste de Ucrania. Lviv, de religión cristiana ortodoxa griega y muy poco rusa, es la vía de escape de la mayor parte de los que huyen de la guerra. Estos días hay una gran colaboración entre ambas capitales, para atender la avalancha de personas necesitadas de ayuda.

Son ciudades con mucha historia común, ejemplo de la complejidad de Centroeuropa. Convivieron dentro del imperio austrohúngaro, donde fueron los principales núcleos de una región que se llamó Galicia (1772-1918), escrito tal cual, como refleja el nombre del museo judío de Cracovia en la foto que tomé en 2017 y está al final de la entrada. Los Habsburgo habían elegido esa denominación, hacía referencia a un pequeño condado (Halych) que latinizado es Galich, para una zona amplia y con mucha mezcla étnica y religiosa, incluida una importante minoría judía, porque les recordaba un antiguo reino en España, que les habían arrebatado los Borbones (1). Desaparecido aquel imperio, Cracovia y Lviv siguieron juntas, unos años más, en la Polonia de entreguerras (1918-1939).

Todas las grandes guerras europeas modernas fueron causadas por autócratas que escarbaban en el orgullo nacional de imperios terrestres (el nombre es mío) derrotados. Sorprende que nuestros estrategas políticos no hayan previsto bien lo que podría ocurrir con Rusia, muy sensible a la reivindicación patriótica (2), al menos mientras no les haga pasar mucha hambre. Nada más ser presidente, Putin recuperó Chechenia, república independizada tras la desaparición de la URSS, mediante una segunda guerra (99-09) para superar el fracaso de la primera (95-96). Luego forzó, manu militari, la independencia de dos pequeñas zonas de Georgia de mayoría rusa, Osetia del Sur y Abjasia. En 2014 tomó Crimea y dejó un conflicto larvado en el este de Ucrania que le sirve de motivo para invadir el país.

Lo de ahora me recuerda lo que escribí hace casi 25 años, cuando un pequeño ensayo de un diplomático inglés (3) despertó mi interés por analizar la relación entre descolonización, globalización y base institucional de los estados:

El último episodio importante de descolonización ocurre con la descomposición de la URSS, que era, en gran medida, una versión de izquierda, modernizada y adornada de internacionalismo socialista, del imperio ruso. La caída de los imperios marítimos –España, Reino Unido, Francia, Portugal, Holanda…- fue menos compleja para la estabilidad de Europa que la caída de los imperios terrestres. Estos son los construidos por Estados con difícil acceso a los océanos, mediante el dominio de sus vecinos. Con el paso del tiempo hay poblaciones mezcladas, lo que hace más difícil definir la situación como colonial. Así como parece evidente que la India no es parte de Gran Bretaña, no lo es tanto que Chechenia no lo sea de Rusia. Los imperios terrestres europeos darían lugar a largos conflictos entre vecinos, ya cité el caso de Alemania, pero podría añadirse el de Turquía, el de Austria-Hungría, con su corolario serbio, y, si no se maneja adecuadamente, podría ocurrir con Rusia, una sociedad inestable que aún tiene que conseguir su equilibrio interno (4).

La conclusión principal a la que hubiéramos llegado, de valorar las herencias conflictivas, es que los europeos necesitamos una defensa común. Aunque suponga limitar el carácter nacional de las fuerzas armadas de los países que se apunten a dar un salto cualitativo para tener un continente más unido, más capaz de valerse y hacerse respetar. Los nacionalismos que empujan a otros anidan también en las derechas duras de los Estados miembros y pondrán obstáculos al empeño.

Si decide avanzar en esa dirección, la UE podría empezar por absorber parte de la estructura central de la OTAN para soportar la nueva función y pasar a regular la relación militar con los EEUU y los demás socios situados fuera de la UE mediante acuerdos bilaterales. Putin tiene un fondo lógico cuando acusa a Occidente de mantener una organización creada para frenar a la URSS, que ya desapareció. El argumento le sirve para situarse como líder de un país acosado desde el exterior. La Unión Europea debe pensar en la defensa colectiva, aunque el fascista de Moscú seguiría alegando que no puede abarcar países que formaron parte de lo que considera su imperio.

(1) Larry Wolf, The Idea of  Galicia (Stanford University Press 2010)

(2) Svetlana Aleksiévich, El fin del “Homo Sovieticus (Acantilado 2015).

(3) Robert Cooper, The Postmodern State and The World Order (Demos 1996)

(4) O Mundo e Nós (Xerais 1999)

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