En su discurso ante la cumbre del G20 celebrada en noviembre en Río, nos recordaba el Presidente de Brasil, Lula da Silva, que hay 733 millones de personas que pasan hambre. Gente que no puede cubrir sus necesidades más básicas. Lo peor es que la cifra está estancada. Por primera vez desde la Revolución Industrial, durante los 20 años que siguieron a 1995, los países atrasados crecieron más que los más avanzados y el mundo caminó hacia una mayor equidad. La pobreza extrema cayó, desde un tercio de la población mundial, a menos de un 10%, como se puede ver en el gráfico del final, tomado de The Economist. Por mucho que digan los nostálgicos del comunismo, amigos más o menos explícitos de Vladimir Putin, la era de apertura económica posterior a la caída de la URSS funcionó. La globalización fue un éxito, en gran medida porque hubo menos conflictos armados y fue empujada por la liberalización de la economía china de la mano de Den Xiaoping, la eliminación de restricciones administrativas (license Raj) en la India y el acercamiento de los países del este de Europa a la UE.
Como se ve en los importantes casos citados, algunas de las medidas que ayudaron fueron reformas dentro de los Estados, no sólo la apertura comercial. La adaptación de las instituciones a las nuevas circunstancias del mundo es imprescindible para abandonar la pobreza que aún afecta a 3.000 millones de seres humanos. Una realidad que ha destacado el Nobel de Economía 2024, concedido a tres especialistas (Daron Acemoglu, James A. Robinson y Simon Johnson) en el estudio de la correlación entre la organización institucional y el desarrollo.
El estancamiento en la mejora de la pobreza que estamos sufriendo tiene varias raíces. Aunque la India sigue mejorando, aún cuenta con mucha población en situación muy precaria. Peor le va a China, que pasó de la apertura al mercado que promovió Deng Xiaoping y disparó el crecimiento del país, a la obsesión de control absoluto de Xi Jingpin, que frena la economía y tiene a un tercio de su población viviendo con menos de 200 dólares al mes, sin muchas esperanzas de mejora. Latinoamérica y África subsahariana están tomando escasas medidas institucionales para dinamizar sus economías y continúan demasiado dependientes del precio de las materias primas.
La situación también viene condicionada por el estancamiento de la ayuda al desarrollo. En parte, porque el presupuesto para fines solidarios de los países ricos se centra ahora más en atender a los inmigrantes y refugiados y en tomar medidas contra el calentamiento global y sus consecuencias. La tendencia afecta mucho a la sanidad de los Estados más desfavorecidos que dependen de la ayuda exterior con esos fines. En esta década, los muertos por malaria en el mundo son del orden de 600.000 al año, se ha vuelto a los niveles anteriores al 2012.
Lula da Silva y la diplomacia brasileña han tenido éxito en que se firmara una declaración final conjunta de todos los miembros del G20. Incluye la necesidad de abordar los problemas de todos desde la multilateralidad y la conveniencia de caminar hacia un planeta sin armamento nuclear. Sin embargo, las guerras están marcando la política exterior de las grandes potencias y hacen aumentar dramáticamente el hambre en lugares como Sudán (entrada del 20/09) o Gaza, donde Israel frena la llegada de alimentos para matar de hambre a los palestinos. Por esto último, la Corte Penal Internacional ha ordenado la detención de Benjamín Netanyahu, acusado de genocidio.
La llegada de Trump al poder, con su aislacionismo instintivo, no va a ayudar a resolver problemas que son de todos. Estoy de acuerdo con la necesidad de reformar los organismos internacionales, como pedía mi ensayo y resaltó el Presidente de Brasil durante la cumbre. Debe darse entrada a más países en el Consejo de Seguridad de la ONU y sustituir el derecho a veto en este organismo por mayorías cualificadas, y en los dedicados a reconstruir economías con problemas (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial). Pero es difícil que ocurra, ojalá me equivoque.
Ahora que se acercan fechas para valorar lo hecho en el año y entregar fondos a entidades de ayuda, mi recomendación es que aumenten su aportación y la orienten a las que se dedican con más eficacia (algunas organizaciones gastan demasiado en burocracia interna) a cuidar la salud de la gente en los sitios más pobres y peor parados por conflictos armados. Yo colaboro con Médicos sin Fronteras, que hace una extraordinaria labor. La sociedad civil es muy necesaria en momentos en que los Estados son poco proclives a avanzar en solucionar problemas globales y demasiados de nuestros compañeros de viaje sobre la Tierra, personas como nosotros, sufren lo indecible.
