Al avión le va a suceder algo parecido a lo que comentaba sobre el coche en la última entrada. Ya era un medio cuestionado por razones ecológicas, al ser un transporte muy contaminante, ahora, además, el sector está prácticamente parado. Varias compañías aéreas se han declarado en bancarrota, han tenido que ser rescatadas o han reducido su dimensión.

Nada volverá a ser lo mismo en el transporte aéreo. Las empresas necesitan ahorrar costes y han desarrollado nuevas formas de reunirse a distancia, como consecuencia de la cuarentena por el coronavirus. Habrá menos viajes de trabajo.

Por otro lado, los Estados, obligados a reducir las emisiones de CO2 y presionados por la necesidad de recaudar, tenderán a aumentar los impuestos sobre los combustibles para aviación. En Europa será una política casi inevitable. Con ello, subirá el precio de los billetes y se reducirán los desplazamientos turísticos.

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Hay que evitar la construcción de nuevos aeropuertos, como la de nuevas carreteras y autopistas. Todo lo más, el sector podría recibir capital público para mantenimiento o pequeñas reformas en pistas y terminales. En España tenemos ya las infraestructuras que previsiblemente necesitaremos para atender el tráfico aéreo.

La inversión es una oportunidad, escasa y difícil, para mejorar el futuro del país. Por eso debemos exigir que el esfuerzo inversor del Estado,imprescindible para ayudar a la salida de la crisis, no se deje llevar por la inercia y seleccione bien sus objetivos.

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