Hoy se cumplen 150 años del nacimiento de Vladimir Ilich Ulyanov, Lenin, el padre de la revolución rusa que dio lugar a la URSS. Hoy era el día perfectamente calculado por otro Vladimir, en este caso Putin, para que se celebrara el referéndum de aprobación de la nueva Constitución que lo entronizaría de forma vitalicia (hasta 2036) como zar de todas las Rusias. Ignoro si se atreverá a salir del despacho, anda muy escondido.

¡Cuánto le ha cambiado el panorama a este autócrata! Un antiguo espía del KGB  que lleva años limitando los derechos democráticos, estableciendo censuras, encarcelando opositores. Un enemigo de los países más respetuosos con las libertades, donde usa la probada capacidad de sus servicios secretos para apoyar a los líderes más populistas, como es el caso de Trump en EEUU. Lo que más odia es la Unión Europea, que representa una visión social completamente contraria a la suya. Por eso ha jugado fuerte a favor de líderes antieuropeos, como Boris Johnson que hasta tiene nombre ruso.

No me gusta nada el “centralismo democrático”, la herencia política de Lenin que aún practican países como China, Corea del Norte o Cuba. Una manera de dirigir que tiene seguidores más o menos confesos en otros lugares. Por eso me encanta celebrar ese 150 aniversario del inventor del más eficaz modelo de totalitarismo haciendo ver los problemas de su egregio sucesor.

A principios de año, Putin tenía programado (ver entrada 14/03) un primer semestre glorioso que había comenzado con la aprobación de la nueva Constitución, una ceremonia rodeada de boato como a él le gusta. El documento, además de abrir las puertas a sus desmedidas ansias de poder, reconoce la existencia de Dios, aplausos de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y declara el matrimonio como la unión de dos personas de distinto sexo, a los aplausos de la Iglesia nacional se unen los del club de machistas que preside. A todos ellos había decidido sumar la fuerza histórica de Lenin. El coronavirus le ha obligado a aplazar indefinidamente el referéndum de hoy y el gran desfile del 9 de mayo para conmemorar el 75 aniversario de la victoria rusa sobre la Alemania nazi en la Gran Guerra Patria, al que había invitado a los principales líderes del mundo.

Para entender la salud política del autócrata vocacional que maneja el país más grande del mundo en superficie, no hay que dejarse engañar por señuelos, basta con observar el precio del petróleo. Es un ídolo con pies de barro. La economía rusa es pequeña, su PIB anual es similar al de España, y frágil. No tiene suficiente tradición de empresa privada y descansa sobre una población muy envejecida, con poca oferta de mano de obra. Además, es un país profundamente xenófobo, que no tolera la llegada de trabajadores de etnias no eslavas. Depende del petróleo, una materia prima a la que, a las tensiones derivadas de la lucha contra el calentamiento global, se ha unido la gran crisis de la pandemia de COVID-19. Los precios del barril se hunden y se dispara el gasto estatal en un país de ancianos.

El taimado gallo ruso ha peleado por poder producir todo el petróleo que necesitaba (entradas del 23/03 y 10/04), pero el gallo feudal saudita y el gallo payaso americano lo han derrotado. Aun así, el precio del petróleo ha caído un 80% este año y está en mínimos históricos. Putin se queda sin combustible, la población rusa empieza a tener mucha hambre. Hace dos años, cuando fue reelegido la última vez, la confianza de los rusos en su líder era del 60%, hoy anda por el 35% y bajando. No se atreve a salir en la tele para explicar las medidas que su gobierno toma contra el coronavirus. Está escondido.

Así que ¡Good Bye Putin! al menos por una temporada. Tomo referencia del título, dedicado a su padre ideológico (¡Good Bye Lenin!), de la gran película de Wolfgang Becker (2003) sobre en la caída de la Alemania del Este. Que Vd. lo celebre bien.

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1 comentario

  1. Está claro que los vientos que corren no favorecen los espurios planes de Vladimir II, cuyos referentes y trayectoria relata Enrique Sáez sin ningún tipo de exageración e incluso con cierta benignidad, pero lo de «Bye Putin» por más deseable que pueda ser y/o parecer, me parece más voluntarista que realista. El «taimado» ha acreditado una indudable capacidad de resistencia (supongo que sin necesidad de seguir el manual de idem de Pedro Sanchez) y está dispuesto a ejercerla. De momento creo yo que la esperanza del «Bye» hay que confiarla a aquello de que no hay mal que cien años dure…

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