Los políticos tienen poca práctica en esta variante de los ejercicios de separación de territorios, que la pandemia causada por el covid 19 ha hecho vital. Ayer hacíamos referencia a la gimnasia con fronteras nacionales y sus conexiones con el alza de políticos populistas, un tema más tradicional. La urgencia sanitaria del coronavirus ha hecho saltar costuras políticas y administrativas mal engarzadas, poco dadas al estrés excesivo. A causa de ello, España pelea por el liderato de la clasificación mundial de cómo no hay que hacer las cosas.

Nuestro Presidente de Gobierno, en los primeros tiempos de la pandemia, salía en la tele para informarnos de lo que pasaba. Le gustaban frases como “venceremos unidos” o “el virus no conoce fronteras”. Esto justificaba, al parecer, el “café para todos” que aplicaron. En aquellos momentos, este blog preguntaba, en un tema serio como la educación, por qué los niños de El Hierro no iban a clase, cuando allí no se había detectado el covid 19. El ejemplo vale para otros sitios.

Enseguida, para combatir el virus que no conoce fronteras levantaron las fronteras exteriores con muy poca sensibilidad. En Galicia cerraron demasiados puentes con Portugal y crearon problemas innecesarios ente comarcas muy interrelacionadas.

Luego, cogieron el manual administrativo del ordeno y mando y resucitaron las provincias en el espacio sanitario, donde no sirven para nada. Me divertí un poco cuando permitieron la navegación deportiva marítima en “aguas provinciales”, les sugerí que se acercaran a la Ría de Arousa donde la frontera entre provincias no figura ni en las cartas de navegación.

Mientras tanto, como vengo reiterando, no se atacaba el foco principal de la epidemia. El gobierno regional de Madrid, primero, se vio desbordado y, después, se apuntó con entusiasmo al desconfinamiento, sin mirar bien lo que era más conveniente.

El desastre de la gestión de la pandemia refleja dos problemas organizativos específicos de España, que la condenan a errores graves en situaciones de tensión. Defectos agravados por el enfrentamiento en la cancha política, ocupada por gente con escasa experiencia y, en algunos casos, pocas luces.

El primer problema es la organización territorial, la Constitución sacraliza, al mismo tiempo, dos sistemas teóricamente incompatibles: autonomías y provincias. Nunca hemos podido abordar el tema en serio porque algunos, proclives al ordeno y mando, consideran que atenta contra la identidad nacional la inevitable desaparición de las provincias, necesaria para contar con una Administración eficaz y sostenible.  Al menos en esto el Gobierno ha rectificado, delegando la gestión de la crisis en las autonomías, aunque quizá haya ayudado su miedo a ser quemado en la hoguera del fracaso.

El segundo radica en que la capital es zona privilegiada por los grandes poderes que allí confluyen. No se le pueden aplicar, sin más, las técnicas de lucha epidemiológica que se usan en otros sitios. Los privilegios capitalinos siguen impidiendo que se aísle la Comunidad de Madrid y que ésta deje de extender el virus al resto del país.

Pero, aunque muy tarde, la dura realidad se va imponiendo y Sánchez ha presionado a Ayuso para que tome medidas más radicales que las que viene usando. Deseo que sean suficientes. Algún mensaje serio debe haberse trasmitido, cuando la Presidenta regional dice que “hay que evitar como sea el estado de alarma”. Parece que, por fin, hablan de lo que hay que hablar. Me alegro de haber colaborado a ello desde aquí.

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2 comentarios

  1. Ben atinado; crónica do despropósito territorial na xestión do andazo; a inutilidade das provincias de manifesto… foron metidas na Constitución para garantilas como circunscripción electoral porque manexaba o poder do estado en 1976-1977

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