Tras la inauguración de la línea de AVE entre Madrid y Ourense, me acordé de una curiosa anécdota ocurrida en una reunión del entonces Presidente José María Aznar, en tiempos de cambio de siglo, celebrada en Moncloa con un pequeño grupo de especialistas, convocados para tratar problemas de infraestructuras en Cataluña. Me la contó uno de los asistentes, persona seria y con mucho prestigio académico.

En un momento del encuentro, Aznar manifestó que su prioridad era acelerar el AVE hacia el noroeste, que iba muy retrasado, porque sin él “Galicia se nos cae”. Acompañó la frase moviendo hacia abajo, dos o tres veces, su mano derecha con las puntas de los dedos unidas. Los demás asistentes, reunidos para estudiar otro asunto, se quedaron algo perplejos. Para los que dibujan la península sin la parte de Portugal, Galicia queda suspendida en una esquina y, desde esa perspectiva, el riesgo aparente es que, por la pura fuerza de la gravedad, se deslice hacia Portugal.

Esas prevenciones, que no me atrevo de calificar como miedos, pueden resultar lógicas dentro de una visión de España excesivamente centralista. Desde la entrada en la UE, las relaciones comerciales y el intercambio de inversiones entre los vecinos atlánticos se dispararon. Fenómeno que observé en primera línea por razones profesionales y al que ya he hecho referencia en ocasiones anteriores. Es la causa principal de que Galicia registre, desde entonces, una tendencia a crecer algo más que la media de España y haya abandonado los puestos de cola en renta per cápita. En 2020 ocupaba el 10º puesto entre las CCAA, cuando en 1987 era la número 14.

Hay que contextualizar las palabras del Presidente Aznar que ya observaba esa dinámica, reforzada en aquellos años por la apertura de la autovía Vigo-Oporto. Resonarían aún en su cabeza las palabras de Manuel Fraga, fundador de su partido y Presidente de la Xunta, reclamándole la prioridad de ese mismo trazado para la alta velocidad ferroviaria. Su petición se recoge en la noticia de El Progreso (1/2/98) que reproduzco abajo, las hizo durante un acto organizado por Banco Pastor en Oporto. Veinte años después, el objetivo se ha conseguido por decisión de Lisboa, que sabe que es más lógico priorizar su conexión con Galicia antes que la de Madrid, como prefiere el gobierno español. Una inversión que además recibirá fondos europeos, como antes la autovía.

Aunque ya contemos con el enlace de Ourense a la red de alta velocidad, que a partir de ahí circula en vía de ancho ibérico por el resto de Galicia, ésta seguirá acercándose a Portugal. Es un proceso natural, una fuerza de gravedad, si se quiere ver así, que va superando la frontera artificial que una historia poco afortunada estableció en la fachada atlántica peninsular.

Que Galicia crezca, que se acerque a Portugal, también en el plano cultural, y que la economía portuguesa se integre más con la gallega es bueno para España, aunque despierte temores en cavernas demasiado adictas a patrias uniformes. Fraga tenía una perspectiva más amplia que Aznar, debía venirle de sus ocupaciones pasadas en el ámbito de la diplomacia y probablemente las reforzó, alejado de Madrid, en su larga presidencia de la Xunta. Entonces pudo cultivar, incluso, la amistad de Fidel Castro sin que el PP se atreviera a acusarle de comunista.

  

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