La afición a observar las causas últimas de decisiones con trasfondo político ha estimulado mi curiosidad por analizar las conexiones aéreas entre Galicia y Portugal. Vivo en esta esquina atlántica y encuentro en ella ejemplos de cómo la visión político-burocrática condiciona las decisiones de comunicación. Estos días pasados veíamos la reticencia con que se abordaba desde Lisboa el ferrocarril Vigo-Oporto. Ahora toca el transporte aéreo.

TAP Air Portugal, la compañía nacional portuguesa propiedad del Estado, lleva años volando de Galicia al aeropuerto internacional de Lisboa (Humberto Delgado). La estructura urbana gallega, que no posee una ciudad que la lidere, es difícil de aprovechar para un servicio de estas características prestado desde un territorio tan próximo. TAP empezó por lo que parecía más lógico: volar desde Coruña. Es la ciudad más alejada de Lisboa y, entre otras empresas, cuenta con una importante multinacional (Inditex) que puede valorar positivamente la gran oferta de enlaces que la capital portuguesa tiene con Brasil y África.

Esta única línea se mantuvo varios años con aviones pequeños y buena ocupación. Pero, operando desde Alvedro, TAP perdía el  sur de Galicia y eso debía arreglarse, porque además ese mercado estaba siendo devorado por el aeropuerto de Oporto. Sa Carneiro es visto desde Lisboa como un competidor y no  gusta de darle ventajas. Además de visiones capitalinas, TAP tiene su base en Humberto Delgado y un interés lógico en que pasen por allí la mayor cantidad posible de pasajeros.

Estas preocupaciones les llevaron a ampliar su oferta y, desde el 2016,  volar desde Vigo, donde también había un mercado importante para las conexiones con África, sobre todo en el sector pesquero. Pero la suma de aparatos y tripulaciones de estos dos destinos demasiado próximos, al que se añadía el de Asturias, creaba tensiones que llevaron a TAP a cancelar los tres servicios en el 2018.

Parece que el próximo año volverá a Galicia, esta vez a Santiago, para tratar de mantener el núcleo principal de la demanda de Vigo y Coruña desde un solo punto y aprovechar el tirón del Año Santo Compostelano del 2021. La decisión estará bien vista por las capitales portuguesa y  gallega. La última debe haber aportado alguna ayuda, quizá amparada en medidas previstas para promocionar ese Jubileo.

Es una  solución intermedia y, además de subvenciones, tiene alguna lógica. Pero les costará consolidar el tráfico de Coruña y especialmente de Vigo con destino final Lisboa porque no estamos muy lejos y, una vez que se coge el coche para ir a Lavacolla, ya se puede ir hasta la capital portuguesa ganando tiempos de espera y flexibilidad de horarios. Quedará una demanda de vuelos a destinos, principalmente africanos, donde las conexiones de Vigo y Coruña con otros hubs aéreos dan peor servicio. Quizá no sea suficiente.

A pesar de sus instalaciones y ayudas públicas, el aeropuerto de Santiago sigue sin dar suficiente servicio al tráfico más rentable, el de negocios. Los que conocen la lógica económica de las comunicaciones aéreas ya saben que los aeropuertos son instalaciones locales que dependen de la demanda de un entorno de 20 kilómetros, los aeropuertos regionales son quimeras políticas salvo que se sitúen cerca de una gran ciudad. En realidad el gran aeropuerto “regional” del noroeste, en este espacio sin fronteras, es Oporto, que seguirá creciendo mal que les pese a Lisboa y Santiago.

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