La forma en que los grandes bancos centrales contemplan la trayectoria de tipos de interés me recuerda el tópico de los gallegos en la escalera: no se sabe si suben o bajan. La inflación sigue siendo importante y la Reserva Federal acordó esta semana una nueva subida de tipos, pero sólo de un cuarto de punto. Las dificultades, acompañadas de huidas de depositantes, del Silicon Valley Bank y el First Republic Bank la han hecho reducir el alza de intereses previsto por miedo a extender el problema.

Esta crisis bancaria tiene algunos componentes nuevos. La subida de los intereses para bancos con una amplia base de depósitos e inversiones con renovación a corto es una oportunidad de mejora de resultados. Es lo que ocurre en España, hasta el punto de que el Gobierno ha previsto aplicarles un impuesto específico. Si, como consecuencia de los mayores intereses y la incierta economía internacional, la economía se frena, aumentará la morosidad y nos enfrentaríamos a una crisis clásica. En estos momentos la banca española cuenta con reservas para aguantarla y, según las previsiones, la economía va a seguir creciendo, aunque, como ya he explicado en otra ocasión, parte de ese crecimiento es afloramiento de actividad informal, como consecuencia del menor uso de billetes por los consumidores.

La subida de tipos ha sido rápida en los meses pasados, después de años de tasas próximas a cero, y ha cogido a algunas entidades en los EEUU a contrapié, por tener mucha inversión a tipo fijo y financiación a variable, lo que les ha producido pérdidas. Un problema de riesgo de interés que debería cubrirse en el mercado de derivados. La mala gestión es la razón última de lo que está pasando en algunos bancos. La causa no es estructural como pasó con la burbuja inmobiliaria hace 15 años. El Credit Suisse, la mayor entidad afectada, llevaba años con cambios en la dirección, que no consiguieron estabilizar un equipo directivo capaz de enfrentarse a los problemas que arrastraba. Las empresas mal gestionadas, sean del tipo que sean, acaban desapareciendo. Han hecho bien los gobiernos y bancos centrales en poner los medios para evitar que se extendiera la alarma y contagiara a intermediaros financieros sólidos, que son mayoría. Pero no todos, como ocurre con el Deustche Bank que también arrastra problemas desde hace tiempo. En las próximas jornadas veremos si se inicia un contagio más extendido.

Aunque no se comente, la crisis tiene un componente punto com, como la burbuja que, a caballo del cambio de siglo, infló y luego desplomó el Nasdaq de Nueva York, el mercado de las tecnológicas. El primer banco en dar señales de alarma cuenta con un nombre indicativo, Silicon Valey. Además de no cubrir el riesgo de interés de su balance, gran parte de su inversión se dirigía a empresas tecnológicas, las cuales han registrado recientes ajustes de valor por caídas de actividad, que se manifiestan también en las reducciones de plantillas que estamos viendo. No es ajeno a este aspecto, aunque no se hable de ello, el desplome de las criptomonedas, tras la quiebra de FTX el año pasado. El otro banco con problemas en los EEUU, el neoyorquino First Republic, era muy activo en la compra venta de estos activos. Un contexto general que ayuda a que los inversores se asusten con más facilidad y tiendan a huir de las entidades que ven más susceptibles de ser contaminadas.

La crisis bancaria no debería extenderse, pero las autoridades monetarias se enfrentan a meses de tensiones en ese frente y, a la vez, a excesivas subidas de precios con su principal arma, aumentos de los intereses, desgastada. Nos enfrentamos a una inflación estructural derivada del aumento de precios de las materias primas, reforzado por la guerra de Ucrania. Los costes financieros para empresas y particulares se incrementan, proceso reforzado por las dudas sobre la solvencia de intermediarios financieros, y los gobiernos deberán tener cuidado con que las políticas de rentas no azucen el proceso. Ya no es suficiente con dejar el problema en manos de los bancos centrales.

Por último, quiero destacar una enseñanza de esta crisis que debería servir para evitar problemas futuros: los inspectores financieros de los grandes supervisores y los auditores disponen de aparatos potentes y bien pagados y, por tanto, hay que exigirles que hagan su trabajo con seriedad.

Tienen medios para detectar los riesgos de interés o los problemas de gestión y forzar rectificaciones, aunque reduzcan los beneficios de la entidad. Ellos también son responsables de lo ocurrido.

Quizá deberíamos preguntarnos quien supervisa al supervisor. Lo del Deutsche, si se agrava, pone muy en cuestión la labor del BCE. Aquí ya tuvimos un grave problema con las cajas de ahorros a consecuencia del estallido de la macro burbuja inmobiliaria. Nuestro Banco de España pareció no enterarse, había demasiada connivencia entre él, los políticos y los directivos de las cajas. Un gran banco central, supranacional y alejado del poder político, parecía una buena solución a este tipo de problemas. Pero nunca se puede estar seguro evitar las tentaciones derivadas del poder, cuando se combina el de los grandes aparatos con el del dinero.

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