El presidente de Bolivia, que en sus primeros mandatos aportó mejoras importantes para un país que las necesitaba, ha caído en la tentación de intentar seguir en el cargo de forma vitalicia, como un salva patrias más de los muchos que ha dado Iberoamérica.

Se dice con claridad en el libro (pg 167):” Entran en la primera fase de evolución hacia la autocracia los Estados que cuentan con un sistema presidencialista -los sistemas parlamentarios son más resistentes en general a la contaminación totalitaria-, en los que el Presidente se agarra al poder. Legalmente o mediante trucos varios (irse a otro puesto que pasa a tener más poder, colocar a un colaborador o a un pariente y volver después, dejarlo en herencia…) consigue evitar las limitaciones de mandatos, que son normales en estos ordenamientos constitucionales…”

El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas acarreó la difusión por todo el continente de Constituciones presidencialistas en las que el Jefe del Estado es elegido directamente por el pueblo, dirige el ejecutivo y concentra muchas atribuciones. Este marco constitucional, combinado con una cultura católica menos desconfiada del poder que la de los protestantes de los EEUU de donde importaron el modelo, llevó a las repúblicas iberoamericanas, desde sus inicios, a reiterados episodios de caudillismo de derechas e izquierdas, que casi siempre se tradujeron en altos niveles de corrupción y atraso económico.

Evo Morales inició ese camino desde que forzó el límite de mandatos que fijaba la Constitución para el cargo de Presidente, autorizado por el afín Tribunal Constitucional boliviano, a pesar de perder en 2016 el referéndum convocado al efecto. Se siente la encarnación política del pueblo y le molestaría no ser elegido en primera vuelta. Para lograrlo, no escatimó medios. No comprende que haya tantos desagradecidos y tiende a pensar que las deserciones de votantes responden a la manipulación de alguna potencia extrajera. Ni se le ocurre hacer autocrítica y combatir los altos niveles de corrupción que los bolivianos vuelven a soportar.

Argentina también ha elegido, este fin de semana, una vuelta al populismo peronista. El caso de los Kitchner va a quedar en el manual de los trucos para seguir en una poltrona durante decenios: el marido, la viuda y, ahora, ésta vuelve de vicepresidenta. Será curioso observar quien lleva el timón del dúo Fernández & Fernández, porque el peronismo tiene tradición de líder único. Quizá el Presidente elegido, Alberto Fernández, dimita en unos meses para que Cristina vuelva al primer plano o ésta se contente con una posición secundaria y conduzca desde el asiento trasero.

Al menos en Bolivia y la Argentina se siguen convocando elecciones y el pueblo puede mandar a casa a los autócratas vocacionales, como ya le paso a Fernández de Kitchner. Peores son los casos de Chávez-Maduro en Venezuela o de Daniel Ortega en Nicaragua. Esos han llegado a la fase peor del caudillismo personal y corrupto.

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