Muchos echan de menos los tiempos en que los estados nación eran el centro del poder institucional y de los aparatos creados en torno a él. Lo siguen siendo, pero el mundo de hoy, lleno de gente, carente de imperios coloniales y muy interconectado, provoca la aparición de instancias externas (ONU, NATO, OCDE, acuerdos regionales o trasversales, tribunales internacionales, sistemas de comunicación compartidos, como Internet, movimientos populares…) o internas (regiones, culturas, ciudades) que limitan la capacidad de tomar decisiones que antes tenía el poder nacional. En nuestro caso, el principal agente globalizador se llama Unión Europea, que cada vez tiene mayor influencia en lo que pasa dentro de los Estados miembros.

La presión que provoca la UE (y las otras influencias mencionadas) dentro de los países adheridos se traduce en tensiones que tienden a manifestarse en las partes peor cimentadas de la construcción previa de la unidad nacional, la base del Estado unitario y de su soberanía. La situación movediza que atraviesan infraestructuras culturales y políticas básicas provoca nervios y tentaciones de vuelta atrás, como estamos viendo en muchos puntos. El Reino Desunido ya ha cogido esa dirección.

España no es ajena a estos problemas, que se abordan con una perspectiva general dentro del capítulo 5 del libro, el último y más extenso. Somos un Estado que ha llegado tarde a la democracia, por lo que parte importante de su entramado institucional aún responde al instinto del “ordeno y mando”.

La Constitución de 1977 fue probablemente la mejor que se pudo redactar entonces, pero, especialmente en lo relacionado con la estructura territorial, deja demasiado espacio para la interpretación y superpone dos sistemas de organización del Estado (provincias y autonomías) que son alternativas entre las que elegir, o la una o la otra, no se pueden sumar sin correr el riesgo de incurrir en mucha ineficacia. Las ambigüedades han permitido una continua reinterpretación de sus principios más descentralizadores en el sentido de limitarlos e intentar reconstruir en lo posible el viejo modelo unitario-provincial. El Tribunal Constitucional y el Supremo han sido los agentes principales del proceso.

Pero estamos en Europa y la tradicional visión uniformista, con gran peso en los aparatos centrales y raíces en la tradición católica, ya no es la última instancia en todos los casos. Se acaba de ver en la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que reconoció a Oriol Junqueras la inmunidad parlamentaria.

No voy a extenderme en un asunto que está produciendo numerosos análisis y comentarios, cuando no airadas reacciones, y que tenderá a radicalizar a la derecha tradicional, a la que no le gustan las limitaciones externas al orden deseado y a las órdenes debidamente cursadas. Vox se ha vuelto contra Europa y a gran parte del PP, la más próxima a J.M. Aznar, no le faltarán ganas, aunque no se atrevan a manifestarlo.

Y hay otro plano soterrado, que es la lucha de ciudades, nuestro Madrid-Barça político. Pasa en muchos países, ante la debilidad y la deriva involucionista de los viejos estados nación, las ciudades van tomando partido por defender las libertades, la diversidad y la mentalidad abierta (última entrada sobre ello el pasado día 18) frente a los partidos más nacionalistas y xenófobos. Ellas existían antes del estado nación y seguirán existiendo aunque se diluya.

Madrid es un caso especial porque tiene una relación íntima con el Estado, es una ciudad creada para ser su capital, lo que le confiere mucho poder institucional, mediático y económico (la Comunidad Madrileña ha pasado a Cataluña en PIB total en 2018). Usa su influencia para defender lo que considera el interés general de los españoles, aunque a veces lo confunde con el suyo propio. Por su parte, Barcelona es una ciudad con gran proyección internacional, la capital del Mediterráneo Occidental, y es, en gran medida, una creación de la sociedad civil. Son culturas de base que tienden a divergir y crear problemas adicionales a los pleitos de tipo más nacional y a debates sobre donde debe residir la soberanía.

Habrá más ocasiones para analizar una dialéctica en varios planos que seguirá creando problemas. Pero insisto en que en el libro, que es base del blog, se analizan las nuevas dinámicas exteriores que debilitan la cohesión interna de las viejas naciones y resaltan el papel de las ciudades, cada vez más grandes, en el nuevo escenario internacional.  

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