La crisis del coronavirus ofrece demasiados ejemplos de vuelta atrás. Resucitan aparatos, escondidos en las entrañas de los Estados, que añoran tiempos en que no había autoridades supranacionales que les condicionaran. Los miembros de la Unión Europea han levantado controles fronterizos por la necesidad de combatir la extensión de la pandemia. Más difícil va a resultar revertir el proceso y volver a la libertad de movimiento de personas y mercancías, el principal logro de la UE.

Algunos Estados exigen cuarentenas para los extranjeros, otros limitan los vuelos a países vecinos donde piensan que la epidemia está menos controlada. A pesar de los esfuerzos de Bruselas, es difícil coordinar el guirigay que han montado las grandes burocracias estatales, felices de recuperar protagonismo y aficionadas a fronteras poco permeables. En el libro llamo a las fronteras “embalses de poder”, cuanta más pesa el poder que embalsan, más fuertes tienen que ser los muros que lo protegen.

Peligra también la libertad de comercio. Vigilaremos el viejo mantra de la autosuficiencia productiva, que puede echar para atrás décadas de mejora de la economía mundial y de reducción de la pobreza en los espacios menos desarrollados del planeta. Detrás de estas políticas hay siempre ideologías nacional-populistas con carga xenófoba, pero también se esconden las ambiciones de empresas que quieren levantar barreras arancelarias para ganar más. Al hablar de fronteras, como de tantas cosas, hay que seguir la pista del dinero, desde los cuerpos de funcionarios que defienden puestos de trabajo y canonjías varias, hasta las altas esferas de la política y la economía.

No me voy a extender mucho hoy, cuando nos crecen todo tipo de fronteras, incluso interiores como pasa en España con las provincias que ya no tienen competencias reales en áreas como la sanidad. Por eso las eligen, para recupera protagonismo de mando central sobre las CCAA que son las que poseen esas funciones.

Los embalses de poder, como me gusta definir las fronteras de todo tipo, siempre acaban recogiendo líquido monetario para engrasar el poder y la vida de los que tienen capacidad de levantarlas y defenderlas. Volver a la situación anterior a la crisis del coronavirus en Europa va a exigir esfuerzo, tiempo e ideas claras y compartidas por la mayoría. No va a ser fácil porque han resucitado monstruos poderosos que vivían apartados a la espera de la oportunidad que ahora encuentran. Ya he ido dando ejemplos de ellos, algunos de una ridiculez vergonzosa, como la frontera marítima interprovincial en la Ría de Arousa. Mañana volveré con uno para mí muy especial.

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La desmedida acumulación de poder en una Humanidad grande y muy interconectada y la necesidad de controlar sus excesos es el desafío que tenemos por delante. Mi libro intenta ser una aportación al debate sobre esta tarea y, como consecuencia, analiza las barreras que nos separan: “… La frontera es una palabra mágica para la autoridad, política o de otra índole, porque marca el espacio donde ejercita su capacidad de tomar decisiones. Los límites territoriales de la patria, que incluyen también fronteras culturales (historia, idioma, características étnicas, usos políticos, creencias…) y comerciales, definen espacios de poder soberano que son usufructuados por elites políticas, burocráticas, mediáticas y económicas. Esto explica, en gran medida, la agresividad que se produce cuando éstas sienten que las fronteras se desgastan.” (pg.144)

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