El plan de recuperación de la crisis de 750.000 millones de euros, propuesto por la Comisión Europea, va teñido de verde. Una cuarta parte tiene que ir a inversiones destinadas a reducir las emisiones de CO2, como la producción de energías renovables o el desarrollo de infraestructuras para el coche eléctrico.

Está previsto también un fondo de 40.000 millones para ayudar a reconvertir las regiones cuya economía depende de la producción de carbón. En el caso de España, es de suponer que se aplicará a las comarcas mineras de Asturias y del norte de León y a los enclaves afectados por el cierre de grandes centrales eléctricas construidas para quemar lignito, como Andorra en Teruel o As Pontes en Coruña.

Se espera que la propuesta sea aprobada el mes próximo por los 27 países miembros. De hacerlo, se convertirá en el programa de recuperación de esta crisis más ecológico. En tiempos en que los grandes Estados se esfuerzan en ser más egoístas, Europa vuelve a enviar un mensaje correcto al resto de los que comparten con nosotros este planeta agredido. Es de esperar que el programa sea también solidario con los países más afectados y que pongamos freno a algunos excesos de proteccionismo nacional que se están empezando a ver.

En mi libro se insiste en el papel de la UE como referencia para organizar mejor un planeta mucho más poblado e interconectado donde todos dependemos de todos. Es una apuesta por superar las limitaciones del modelo de Estado nación que la propia Europa impulsó desde el S. XVII y luego extendió por el mundo. Tenemos que aprender a trabajar juntos y huir de los excesos de nacionalismo. Cuidar del medio ambiente mejora la calidad de vida de todos.

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