La Unión Europea comenzó por liberalizar el comercio entre sus miembros y después fue entrando en otras funciones. Su éxito confirma la vigencia de la frase de Montesquieu que abría la anterior entrada (El efecto natural del comercio es la paz). Un modelo para la convivencia de los estados que podría extenderse a otras regiones del planeta. Lo intenta Mercosur, cuyo principal socio, Brasil, resiste ahora la injerencia de Trump con amenazas arancelarias ante la actuación de los tribunales que enjuician por graves delitos a su amigo el ex presidente Jair Bolsonaro.
Suprimir aranceles está en el ADN de la UE, por eso ofrece condiciones comerciales favorables a grupos regionales en su línea, lo acaba de hacer con Mercosur. Las asociaciones de países vecinos evitan enfrentamientos, fomentan la integración económica y la coordinación política, y responden a la lógica de un mundo poscolonial más grande e interconectado. Pero los más grandes no quieren obstáculos para practicar el neocolonialismo, caso de China en África, y repartirse el ámbito de influencia de cada uno, cuando no la anexión de vecinos. Con Trump al frente, los EEUU se apuntan, autoriza a su ejército a entrar en Méjico o Colombia para combatir el narcotráfico, reclama territorios de Canadá y, en coherencia con ello, no ve mal que Rusia siga absorbiendo territorios.
La situación es el centro del análisis y las propuestas del último capítulo de mi ensayo (Más allá del estado nación). Allí defiendo que los grupos regionales pueden hacer funcionar mejor a la Humanidad por encima de viejas fronteras, restando influencia a los grandes estados. La solución europea muestra el camino para evitar que la prevalencia del egoísmo nacional ahogue la construcción de un marco político donde se cumpla la legalidad y se fomente el desarrollo armónico.
Los muy poderosos aparentan despreciar a la UE, la tachan de compleja e ineficiente. No les falta cierta razón, porque levantar un nuevo modelo de convivencia internacional no es fácil. La UE sufre excesos burocráticos y tensiones entre socios y el proyecto europeo parece ir hacia atrás. Comentaba en la entrada anterior la vergüenza que da ver como la Presidenta de la Comisión, Úrsula Von der Leyden, se pliega a las presiones de Trump y admite que nos aplique un arancel unilateral del 15%. El ascenso del populismo nacionalista, dentro y fuera de la UE, ataca su esencia. Lo comprobamos en decisiones recientes como la de que sean los estados las que gestionen fondos europeos antes en manos de las regiones. Estado menos descentralizado equivale a más nacionalismo, menos Unión Europea. En momentos difíciles, como los que atravesamos, es estratégico que Europa siga siendo referencia mundial para la paz y el respeto a los derechos de todos. Lo que demanda trabajar en varias líneas, aunque exijan mucho esfuerzo:
- Ya que vamos a pagar por ello, construir un sistema militar común, con fines defensivos, y poder prescindir de la OTAN y la tutela de los EEUU.
- Centrar más el trabajo de la Comisión en mantener unido el mercado interior, armonizando normativas nacionales que obstaculizan su funcionamiento. Es necesario para tener una economía fuerte con empresas más competitivas.
- Establecer que sea el Consejo, por mayoría de dos tercios de los Estados miembros y que representen al menos el 80% de la población, el que fije líneas estratégicas básicas de política exterior, obligatorias para todos. Hay que evitar discordancias en temas esenciales, como las del húngaro Víctor Orban, al que no le parece mal que Putin vaya absorbiendo Ucrania.
- Promover la federalización interna de los estados, salvo los muy pequeños.