Los universitarios se sienten más propensos a luchar contra las injusticias que otros grupos sociales. Su beligerancia -huelgas, manifestaciones, pintadas…- tiene base pacífica, aunque se realicen provocaciones, como pintar recintos públicos con frases reivindicativas o cortar el tráfico. Enfadan mucho a los políticos de línea más autoritaria que odian que se les lleve la contraria en algaradas callejeras y reaccionan de la forma más dura que les permite su situación institucional. Estos días se ha hablado de tres casos en Pekín, Los Ángeles y Madrid.

El peor siempre es el de un régimen totalitario, que recurre a la violencia extrema contra los que osan oponerse. Ocurrió en estas mismas fechas, hace 36 años, en Pekin, donde miles de manifestantes, sobre todo estudiantes, protestaban contra la corrupción del gobierno y su mala gestión. Después de varios días, Deng Xiaoping, dictador de turno, sacó tropas y tanques que dispararon contra los que le echaron valor y siguieron en la plaza de Tiananmen, centro de la revuelta.  Hubo cientos o miles de muertos, la cifra nunca se supo.

Los EEUU son un país democrático, pero tiene de presidente a un niño grande, rico, gordo y mal criado que no le gusta que le contradigan. Lo ha demostrado en Los Ángeles contra estudiantes que protestaban por su política de expulsión inmediata de inmigrantes. Para controlar las protestas ha recurrido a la Guardia Nacional de California, que teóricamente depende del Gobernador del Estado, e incluso ha enviado marines. Todo ello en contra del criterio del gobernador y la alcaldesa de la ciudad, ambos del partido demócrata. Menos mal que en su país aún hay libertad de prensa y un estado de derecho, no se atreve a mandar disparar contra los insurrectos.

Bajando la escala, hemos sabido de la intención de Isabel Ayuso de publicar un decreto para imponer fuertes multas a estudiantes que protestan contra sus medidas de retirar recursos a las universidades públicas. Es lo más que puede hacer como presidenta de una comunidad autónoma, no puede recurrir al ejército como el presidente norteamericano.

El régimen constitucional en que están insertos los dirigentes con instintos autocráticos marca el campo de actuación, aunque tiendan a estirar los límites. Los estudiantes siguen luchando para mejorar el mundo en el que les toca iniciar su vida profesional y enfrentándose a los que usufructúan el poder con ideas de otros tiempos y siempre quieren limitar la libertad. A Trump las revueltas estudiantiles se le extienden a otras ciudades, para Ayuso va a ser difícil aplicar lo que intenta. Quizá nos aproximemos a un nuevo 1968, cuando sucedieron tantas cosas que ayudaron a cambiar el mundo, como la revuelta de Praga contra el totalitarismo ruso-comunista, el debilitamiento del régimen de De Gaulle en Francia y el de Franco en España o la afirmación del black power contra la discriminación en los EEUU, donde también los jóvenes se empezaron a revolver contra la guerra de Vietnam. 

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