Entre la creciente nómina de dirigentes de perfil autoritario y nacionalista que sufrimos, el aspirante a sultán otomano, Recep Tayyip Erdogan, tiene su propio estilo. Hace unos meses ocupó la zona fronteriza con Siria, desplazando a los peshmergas kurdos que habían expulsado al Estado Islámico de la zona con el apoyo y protección de los EEUU.  La retirada de esta protección, ordenada por Trump, dejó abandonados a sus antiguos aliados y facilitó la tarea del ejército turco.

Erdogan juega a controlar a los kurdos a los que, en el interior de Turquía, ve como separatistas que amenazan la unidad nacional. Los problemas del pueblo kurdo, que está desperdigado en varios países, ya fueron objeto de un comentario anterior (9/10/19).

En su afán por incrementar su peso político en zonas del antiguo imperio otomano, el nuevo sultán también apoya la resistencia de los rebeldes islamistas en la región siria de Idlib. Lo que le lleva a tensionar su relación con otro personaje de su calaña pero que dispone de más medios: el zar Vladimir Putin, que apoya al dictador sirio, al Asad, en su intento de recuperar esa parte del país.

Un  conflicto que recientemente ha provocado decenas de bajas en el propio ejército turco. La lucha en torno a Idlib ha desplazado hacia Turquía a centenares de miles de personas que están en condiciones dramáticas y se registran muchas muertes de civiles.

No contento con el lío que tiene montado y a la espera de la factura que le pasarán los kurdos en cuanto puedan, Erdogán ha lanzado a los refugiados sirios y de otras procedencias contra las fronteras de la UE en Grecia, creando un grave problema humanitario con el que pretende obligar a que Europa le ayude a presionar a Putin, con el que se reúne hoy para tratar de aplacar el enfrentamiento de gallos en el corral sirio.

La política de Erdogán parece ser la de huir hacia adelante, generando un problema tras otro, para presentarse ante el pueblo turco como un gran líder que defiende sus intereses sin someterse a nadie. Los autócratas al mando de antiguas potencias coloniales “modelo terrestre” (págs. 13 y 14 del libro) crean muchos problemas a los vecinos a los que quieren volver a dominar, es el caso también de Rusia.

Erdogán actúa como un mono con pistola, disparando en una zona con mucho elemento combustible, encima y debajo de la superficie (también hay intereses petroleros en todo esto). A su paso deja un rastro de muerte y dolor, como otros congéneres de su tipo: Putin, Duterte, Modi, Trump, al Assad, Netanyahu… Todos ellos están ahora peleando de diversas formas para seguir mandando, lo que les impulsa a seguir matando.

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