Recep Tayyip Erdogan es uno de esos autócratas a los que el blog y el libro en que se basa dedican espacio porque representan un peligro para todos, especialmente para los que tienen cerca. El sátrapa turco ha tomado medidas relevantes en los últimos tiempos para seguir distanciándose de Europa, la referencia para la modernización de Turquía que empleó, hace 100 años, Mustafá Kemal Atatürk, el general que liquidó el Califato y trasformó su país en una república laica.

Alá es grande. El islam es la base de la ideología que vende Erdogán y le asegura una base de votantes fieles. Como buen autócrata, conforme pasa años en el poder, tiende a reforzar los mensajes con medidas de gran repercusión que afirman su nacionalismo religioso. Destaca la reciente conversión de Santa Sofía, el gran templo romano de Bizancio, en mezquita, reeditando la victoria otomana sobre los restos de aquel imperio y el inicio del Califato. También hay capital turco detrás de grandes mezquitas que se construyen en occidente. La de Estrasburgo (foto de arriba), ciudad sede del Parlamento Europeo, está causando mucha polémica en Francia.

Las mujeres deben someterse a los hombres. Lo dice el Corán. Por eso acaba de retirar a su país del Convenio del Consejo de Europa para prevenir la Violencia contra las Mujeres y la Violencia Doméstica, que él mismo había promovido en tiempos en que su esposa aún no se cubría con un velo. En el libro expongo mi criterio de que, hoy en día, el principal indicador de desarrollo democrático de un país es el nivel de protección a la libertad e igualdad de las mujeres y que las religiones monoteístas, siempre dirigidas por hombres, constituyen un mecanismo para alienarlas y que así asuman de forma “natural” estar subordinadas a ellos.

Todos somos iguales ante Dios. Hay que combatir las características culturales diferenciadas, una interesada confusión entre igualdad y uniformidad, amada por políticos nacional-populistas que también se da por aquí. La Fiscalía turca acaba de pedir la ilegalización del Partido Democrático de los Pueblos (HDP) y la expulsión del Parlamento de varios de sus miembros. Se trata de un partido kurdo y una importante fuerza de oposición. La mayoría de los alcaldes de este grupo fueron cesados por el Ministerio del Interior al poco de ser elegidos y miles de sus militantes, incluidos dirigentes, han sido encarcelados por terrorismo, pese a las condenas del Tribunal Europeo de Derechos Humanos

Turquía, remanente de un antiguo “imperio terrestre” que ocupaba espacios vecinos, conserva poblaciones culturalmente diferenciadas. Los kurdos son mayoritarios en varios territorios de una región muy inestable, incluido el este de la propia Turquía. Desde la guerra de Irak controlan la zona norte de ese país, rica en petróleo. Milicias kurdas entrenadas por la CIA (peshmergas) han conseguido dominar y pacificar una amplia franja de la zona más próxima de Siria, en medio del desastre que otro dictador, el presidente Bashar al-Ásad, ha generado. El amanecer de una hipotética República del Kurdistán, a la luz de la inestabilidad que invade Mesopotamia y alrededores, es la peor pesadilla del Sr. Erdogan. Por eso reprime el HDP y su ejército ocupa zonas fronterizas sirias.

Aplicar intereses está prohibido en el islam. La tercera decisión significativa que el nuevo califa ha tomado estos días ha sido la destitución del Gobernador del Banco Central. Hace unos meses ya hizo lo mismo con su antecesor por el mismo motivo: subir los tipos de interés ante la creciente inflación (15,6% anual el mes pasado), una política que al parecer atenta excesivamente contra sus valores religiosos. Como consecuencia, la lira turca está cayendo, lo que reforzará la subida de precios. La tozudez de los autoritarios para que la economía obedezca sus designios en un mundo comercial abierto sería hasta divertida si no provocara tanto sufrimiento a su gente. La Venezuela del ateo Nicolás Maduro acaba de introducir un billete de 1 millón de bolívares, que se cambia por 50 centavos de dólar. Turquía ya tuvo que suprimir 6 ceros de sus billetes en el 2005 y abre el riesgo de repetir. Reproduzco más adelante uno de los viejos billetes que me traje de allí a finales del 2004.

La guerra contra el infiel y el seguimiento del Corán anima a su base electoral y conduce al país hacia el pasado y la pobreza, pero hay una Turquía moderna que pelea por la democracia a pesar del aumento de la represión. Esa gente es la que da esperanza y a la que hay que apoyar desde la UE, combinando palo y zanahoria. Erdogán, un cínico redomado bajo su apariencia de fervoroso creyente, sabe que su economía depende mucho de Europa y ésta que los campos de refugiados, que ayuda a mantener del otro lado del Bósforo, constituyen un motivo poderosos para no romper del todo con el califa, que amenaza con enviarnos nuevas olas de inmigrantes y huidos de la guerra de Siria.

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