Hace dos semanas un atentado con bomba en el centro de Estambul dejó 6 muertos y más de 80 heridos. Una animalada. Al día siguiente, la policía detuvo a una mujer como autora. Me sorprendió que, nada más producirse el acto terrorista y casi sin tiempo de investigar, el gobierno turco se apresurara a echarle la culpa al Partido de los Trabajadores de Kurdistán. Una organización política que declara haber abandonado la lucha armada en el 2015 y que se desvinculó del atentado.

A los pocos días, Erdogán ordenó bombardeos aéreos con aviones, misiles y drones sobre la zona vecina de Siria que permanece bajo control de milicias kurdas, que apoyaron los esfuerzos para intentar derrocar al dictador sirio Bassar Al-Asad y convertir el país en una democracia. La primera semana de ese ataque se ha cerrado con 50 muertos, quince de ellos civiles, de los cuales dos eran ciudadanos turcos, fallecidos dentro de Turquía en territorio de mayoría kurda. El presidente turco anuncia que el ataque continuará vía terrestre, invadiendo la zona de Siria bajo dominio kurdo con tropas y blindados. Lleva meses deseando hacerlo. La presunta culpable del atentado tiene vínculos personales con militantes kurdos y quizá haya sido manipulada por los servicios secretos turcos para ofrecerle un pretexto al sátrapa que los dirige.

El momento es favorable, ya que Erdogán se ha ido convirtiendo durante los meses pasados en un enlace importante para negociar con Putin sobre Ucrania. Piensa que los países occidentales no se le van a enfrentar por realizar una acción militar en la parte más próxima de Siria. Los presidentes ruso y turco van de la mano en lo de machacar vecinos. Los dos tienen un perfil autocrático, muy nacionalista, y dirigen países que fueron imperios terrestres, de esos que siempre tienen cuentas pendientes por los alrededores.

Lo siento por el pueblo kurdo, disperso en cuatro estados: Turquía, Siria, Irán e Irak. En este último, el caos en que terminó la invasión liderada por los EEUU, durante la presidencia de George W. Bush y a la que el Presidente Aznar nos apuntó con entusiasmo, abrió la oportunidad de que la región de mayoría kurda alcanzara un alto grado de autonomía sobre una zona rica en hidrocarburos. Una ventana para contar con base territorial, posible germen de un futuro Estado. La situación en Irak pone nervioso a Erdogán, al que no le faltan ganas de invadir la zona que forma parte del Kurdistán. Pero no se atreve porque depende de ella para disponer de gas y petróleo.

Tuvieron mala suerte los kurdos cuando las potencias coloniales abandonaron Mesopotamia y no les dejaron un estado propio. El mapa del final de esta entrada, tomado de The Economist, refleja bien lo complicado de su situación. Nadie se acuerda de ellos, salvo para echar una mano si se quiere expulsar a dictadores como Al-Asad o Saddam Hussein. Los ucranianos son visibles y se les ayuda porque disponen de estado propio. Hoy, los estados nación son inamovibles, salvo que tengan la mala suerte de estar cerca de imperios frustrados, deseosos de ocuparlos. Como hace la Rusia de Putin en Ucrania, lo que aprovecha la Turquía de Erdogan para masacrar a incómodos vecinos.

La inexistencia de procedimientos para cambiar fronteras deriva de la excesiva rigidez del principal sistema institucional en que los humanos estamos organizados. Causa muchas tensiones y constituye un apartado fundamental de mi ensayo. Por eso en este blog se toca de vez en cuando el tema kurdo.

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