El campeonato mundial de selecciones nacionales de fútbol no debería haberse celebrado en Catar, donde las mujeres están marginadas y el colectivo LGTBI proscrito. Gobierna allí una dinastía de perfil medieval que recluta trabajadores en condiciones muy duras, como los que construyeron los escenarios para el espectáculo. Muchos murieron durante las obras. Ese pequeño país cuenta con el poder del dinero del petróleo para sobornar a las organizaciones que dirigen el fútbol y así superar la resistencia de los países civilizados a mezclarse con chusma, por muy rica que sea.

Cada vez hay más y mejor fútbol femenino, pero sigue siendo un deporte muy machista, dirigido por jerarcas masculinos, situados más allá de la supervisión de autoridades estatales. Su nivel de depravación está en consonancia con el de los que organizan la fiesta que abre el domingo. El Catarazo es un gran chanchullo en el que muchos han metido la cuchara, aprovechándose de los fervores que genera en los pueblos la persecución de glorias nacionales, que servirán, otra vez, para tapar el olor a podrido.

La pelota sobre el césped, el pelotazo en los despachos, una buena caricatura de cómo está el planeta. Los estados nación, superados por la dimensión de la humanidad, son incapaces de evitar que existan organizaciones supranacionales de enorme poder, situadas al margen de normas básicas de democracia, transparencia y rendimiento de cuentas. Pero siguen alentando el nacionalismo, acompañado de xenofobia en demasiadas ocasiones.

Los jeques la Península Arábica, subidos al petróleo, son fuente inagotable de corrupciones. Es una variable fácil de los vicios que provoca el exceso de poder. Nuestro emérito habrá tenido ocasión de comprobarlo cuando viajaba por aquellos parajes para apoyar contratos millonarios para empresas españolas o para esconderse de posibles causas judiciales.

La especial relación de la monarquía española con los autócratas de aquellas latitudes, “nuestros amigos árabes”, vuelve a manifestarse con la visita de Felipe VI a Catar para asistir el miércoles al primer partido de la selección española en el mundial. Es inevitable que el equipo nacional participe en un torneo tan popular, pero no es necesario que nuestro Jefe de Estado refuerce con su presencia la imagen de un tinglado levantado sobre corrupción y desprecio a los derechos humanos. No creo que ningún otro personaje de su nivel asista a este torneo en representación de un país europeo relevante.  Quizá le empuje el afán de ponerse bajo los focos de las televisiones deportivas cuando la popularidad de la institución monárquica atraviesa un momento delicado. No parece que sea una buena idea, ni siquiera para eso. No creo que le acompañe Leticia, las mujeres occidentales están incómodas en medio de tanto velo.

Los combustibles fósiles son aún demasiado importantes y tienden a provocar todo tipo de excesos en los países que son grandes productores. No queda más remedio que comprárselo, aunque se reúnan de vez en cuanto para cortar producción y disparar precios, como hicieron este verano para apoyar indirectamente la guerra de Putin. Razones, además del problema del calentamiento global, para hacerse ecologista.

Pero no debo exagerar. La copa del mundo de fútbol se celebra por primera vez en un país musulmán y, entre ellos, no hay demasiados candidatos para acogerla. Al fin y al cabo, es una competición que ya ha tenido lugar en la Argentina de la dictadura militar o en la Rusia de Putin. Es la realidad de un mundo donde la democracia está fuera de muchos lugares. Sobre todo, me mueve a escribir sobre el acontecimiento de Catar que nuestros dirigentes no restrinjan gestos innecesarios que se pueden interpretar como un apoyo a países poco ejemplares.

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2 comentarios

  1. Después de leer esta entrada lo primero que me viene a la cabeza son las olimpíadas del 36 en Berlín. Que triste que me parece que los grandes dirigentes deportivos se olviden de los valores del deporte y sólo piensen en el señor don dinero.

    1. Tienes razón, el problema es que en el mundo hay demasiados países poco democráticos y no se pueden celebrar siempre todos los grandes eventos en ellos. Creo que se deberían excluir los más extremos y evitar el apoyo político institucional de alto nivel en las restantes autocracias.

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