Esos tres adjetivos describen las dinámicas que cambiarán el mundo construido en torno al automóvil durante el último siglo. No sé el peso que va a tener cada una, pero tenderán a reforzarse mutuamente y producirán una realidad nueva.

El proceso lleva 20 años en marcha, impulsado por la tecnología y los hábitos de los usuarios. En el país que más ha vivido en torno al coche, los EEUU, el porcentaje de jóvenes con carnet de conducir lleva dos décadas descendiendo, lo contrario de lo que pasaba antes. Se van empleando más otros sistemas de movimiento como la moto, la bicicleta o el patinete, que antes eran propios de países pobres. Otra tendencia relevante es la progresiva concentración de la población en las ciudades, que favorece el transporte colectivo.

El automóvil es un bien caro de comprar y conservar, cada vez hay más personas que prefieren pagar por usarlo unas horas y no tener que mantenerlo todo el tiempo. Junto al transporte público, esta es otra variante de “compartido”. La calidad del empleo de los jóvenes ha bajado por el impacto de las crisis económicas y prefieren no arriesgarse con gastos permanentes.

Además, ha ido creciendo la conciencia ecológica, no sólo por la necesidad de combatir el calentamiento global, también por la de mejorar la calidad del aire de esos enormes núcleos urbanos en que se amontona la mayor parte de la población. Esto empuja la demanda de vehículos menos contaminantes, como los eléctricos. El confinamiento por la pandemia ha reforzado la evolución hacia nuevas formas de trabajo a distancia, que limitan la necesidad de desplazarse, y, simultáneamente, ha puesto de manifiesto la espectacular mejora ambiental que se produce en las grandes urbes cuando no circulan coches.

La progresiva robotización de muchos vehículos ayudará a quitar atractivo al coche, al que la sociedad de consumo había convertido en símbolo de la imagen e independencia de su propietario.

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Son tiempos de grandes tensiones para el gasto público, por lo que la tendencia descrita a menor uso del automóvil deberá tenerse muy en cuenta al fijar prioridades. Ayudar a ello es el objetivo último de este artículo. Cuando el dinero público escasea y hay que invertir para reactivar la economía, las decisiones son mucho más eficaces si se adaptan bien a lo que pasa y apoyan la evolución social en la dirección más favorable.

En los países desarrollados los cambios en la situación del transporte individual deben llevar a no realizar nuevas inversiones en carreteras o autopistas. Hay que limitarse a gastar en el mantenimiento de las ya existentes y terminar las que ya estén en marcha, pero sólo si tienen sentido económico en función del tráfico esperado, principalmente de mercancías.

Otra consecuencia recomendable para la política fiscal es la de aumentar los impuestos sobre los combustibles fósiles empleados por el automóvil. Se trata de fomentar el cambio en marcha e impedir que la bajada de precios del petróleo revierta las tendencias favorables. En la salida de la crisis es imprescindible reforzar la recaudación del Estado, esta es una forma de hacerlo sin causar daño relevante a la economía.   

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