Estamos viendo un grave enfrentamiento político en España, que se manifiesta, entre otros asuntos, en la renovación del Consejo del Poder Judicial. Mientras tanto, en Estados Unidos el Partido Republicano se apresura a renovar un puesto en el Tribunal Supremo para colocar a una candidata joven y muy conservadora, y asegurar una mayoría fiel por bastantes años.

Estas situaciones son cada vez más frecuentes y conectan con las preocupaciones que dieron origen al libro base del blog: las concentraciones de poder en las sociedades del S. XXI alcanzan dimensiones que dificultan el funcionamiento de los órganos que fueron creados para evitarlas. Vivimos tiempos en los que el compromiso tiende a interpretarse como una derrota.

La contaminación de los órganos de supervisión y arbitraje por los partidos políticos extiende su influencia directa más allá del espacio parlamentario y dificulta el equilibrio de poderes. También judicializa en exceso los procesos de decisión, para intentar continuar controlando lo que ocurre aun estando en minoría. Tenemos un buen ejemplo en EEUU, donde crece la preocupación porque pueda quedar en manos del Tribunal Supremo el resultado de las elecciones del próximo día 3, más probable si el que las pierde es el actual presidente.

La situación tiende a agravarse desde hace años y mi libro apunta (pg. 60) la posibilidad de introducir algún tipo de factor aleatorio que fomente la negociación, al dejar de estar asegurado el control del sistema desde la automática aplicación de mayorías parlamentarias. La solución tradicional, mayorías cualificadas para renovar los órganos de supervisión y arbitraje, está dejando, en muchos casos, de cumplir la función para la que se había diseñado y convendría establecer un sistema alternativo que entraría en funcionamiento, después de un plazo preestablecido, cuando no se logre el consenso mínimo exigido. De entrada, se evitarían prórrogas de los mandatos o puestos vacantes por demasiado tiempo.

En ese caso, la decisión final de la renovación de un puesto relevante pasaría a depender de un sorteo entre personas preseleccionadas por el Parlamento. El sorteo se realizaría, por ejemplo, entre tres candidatos por cada puesto a cubrir, elegidos por un sistema que garantizara que al menos uno de ellos fuera seleccionado por la minoría. Después, el que resulte elegido dependerá del azar, lo que tenderá a provocar miedo en la mayoría y conducirla a intentar con más ahínco alcanzar una propuesta consensuada, que evite el procedimiento alternativo y el factor aleatorio.

Como caben varios sistemas para lograr ese efecto de incertidumbre, quizá debería consultarse a expertos en teoría de subastas, como los profesores de matemáticas de la Universidad de Stanford, Paul R. Milgrom y Robert B. Wilson, ganadores, hace unos días, del Nobel de Economía. Podrían ayudar para afinar el sistema y optimizar las probabilidades de negociación entre las partes, que es lo que se busca al desdoblar el campo de juego.

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