Los toros están en decadencia por la creciente sensibilidad social contra el maltrato de animales. Con el agravante de que la crueldad es parte de un espectáculo con liturgia de otros tiempos. Aunque la tauromaquia pierde relevancia (se celebran un tercio menos de corridas que en 2010), sigue teniendo en España muchos aficionados fieles, concentrados en varones de edad media alta y, sobre todo, del centro sur peninsular.
En Hispanoamérica hay un proceso paralelo. El gobierno izquierdista de Colombia, presidido por Gustavo Petro, prohibió los espectáculos taurinos a finales de mayo. La temporada en Ciudad de Méjico, sede del mayor coso taurino del mundo (en la foto), este año empezó conflictiva, después de que el ejecutivo suspendiera una orden judicial que la bloqueaba. Hubo protestas tras una pancarta que rezaba “No es arte, es tortura”. Cinco estados del país han prohibido las corridas. Además de la presión de los animalistas, en Méjico hay correlación entre la afición a los toros y la defensa del legado colonial, una actitud que está también en baja. A los animalistas se unen los indigenistas.
Aquí los toros tocan fibras sensibles de lo que algunos consideran identidad nacional. En tiempos en que parece recomendable federalizar más el Estado, como veíamos en la entrada anterior, el centralismo muy querido en la capital por razones obvias, se agarra a la tauromaquia como uno de los elementos que aglutinan la España auténtica que las periferias del norte intentan debilitar. De hecho, Cataluña ha prohibido las corridas de toros, que en Galicia son residuales sin necesidad de prohibirse (al final dibujo de Castelao).
Pienso que es un error del PP echarse al ruedo y hacer que el Senado recoja el Premio de Tauromaquia contra la decisión del ministro de cultura de suprimir el premio nacional para esta disciplina. Es poco recomendable anclarse tanto al pasado, pero pesan las fuertes raíces madrileñas del principal partido de la oposición . La alcaldesa Ana Botella declaró los toros patrimonio cultural inmaterial del pueblo de Madrid y, un año después, la presión de la gran ciudad se trasladó a la ley 18/2013, del gobierno de Mariano Rajoy, que extendió la calificación a nivel nacional. Mientras se patrocinan escuelas de tauromaquia o se subvenciona la actividad.
Tenemos que trabajar en sentirnos cómodos con identidades más propias del presente, más apegadas a la diversidad del Estado, más europeas, con mayor capacidad de evolución. Pero es difícil y, aunque la decisión del Senado se apoya en el voto de la derecha, también ha encontrado el aplauso de Emiliano García-Page, del PSOE y presidente de Castilla La Mancha, comunidad núcleo del centro sur, con buenas dehesas para la cría de toros de lidia. Al fin y al cabo, el premio había sido creado por el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero.
Pelearse con los cambios profundos en la percepción de lo tolerable que tienen los ciudadanos frena la capacidad de la sociedad para adaptarse y alimenta a los que predican vueltas atrás. En el caso que comento, nuestros jugadores de veto, categoría cada vez más frecuente a la que también hacía referencia en la entrada anterior, no tenían forma de frenar la rectificación del Ministerio de Cultura y aprovecharon el máximo órgano político que controlan, el Senado, para hacerle un paralelo. Pero, por mucho que los sostengan, los toros son pasado, hay que facilitarles una lenta desaparición. En democracia, resistirse a cambios profundos es imposible, se pierde tiempo y recursos esforzándose en que parezca que todo sigue igual.
