Boris Johnson se las prometía felices tras arrancar a su país de las instituciones europeas, pero la resaca de aquella juerga nacionalista y de sus fiestas en tiempos de confinamiento le traen muchos dolores de cabeza. Las recientes elecciones de Irlanda del Norte colocaron al Sinn Fein como partido más votado, por primera vez desde la partición de la isla hace un siglo. Fue el brazo político del IRA, la facción del ejército de liberación que no admitió la división impuesta por el Reino Unido. El terrorismo del IRA asoló el Ulster durante casi 30 años y provocó reacciones propias de terrorismo de Estado por parte británica, que se terminaron con el Tratado de Viernes Santo del 98, avalado por la UE, que selló la paz entre las partes.

Cada año que pasa la separación entre irlandeses es más artificial. Fue una solución impuesta por los británicos para evitar la descolonización total de un territorio vecino de la metrópoli, circunstancia similar a las que han ido generando líos en nuestro continente durante el último siglo y medio. Ejemplo actual es la guerra desatada por Rusia en Ucrania.

En el Ulster también hubo una contienda, anclada en diferencias religiosas. Pero, en tiempos en que la religión pesa cada vez menos en los países democráticos, este factor pierde capacidad para dividir vecinos. Los del sur llevan la iniciativa y la República ha eliminado las referencias al catolicismo en su constitución, admite el divorcio y cuenta, desde el 2018, con una ley de plazos para regular el aborto. Ya no hay causa religiosa que justifique la separación política. Es cuestión de tiempo que Irlanda acabe por unirse, posibilidad recogida en el tratado mencionado antes.

Las elecciones del jueves colocarán a la líder del Sinn Fein, Michelle O´Neill, en cabeza del gobierno de Belfast. El principal partido unionista (DUP, Democratic Unionist Party) no se lo pondrá fácil porque tanto el Tratado de Viernes Santo como el protocolo de salida de la UE exigen que gobiernen de forma paritaria. El DUP sigue con sus peleas de acercamiento a Londres y quiere que se elimine la frontera comercial que el mencionado protocolo situó en el Mar de Irlanda, para no levantar, otra vez, una frontera en el interior de la isla. No soportan, no les cabe en la cabeza que el Ulster permanezca en el interior del Mercado Único y deban pasa aduanas los productos que vienen de Gran Bretaña, de la madre patria.

El tiempo va en contra de los que miran hacia el pasado y las circunstancias favorecen, cada vez más, la reunificación. Ayuda también la realidad económica, el Eire no sólo se ha quitado restricciones derivadas de la fe católica que estaban en su identidad nacional, ahora la parte históricamente más pobre de las islas es un país más rico, en renta per cápita, que el propio Reino Unido, con mejores servicios y mucha menos deuda pública. El Sinn Fein es consciente de ello y ha centrado su campaña en solucionar los problemas de los irlandeses del norte, no en principios políticos como el DUP. Promete un referéndum de reunificación, pero no tiene prisa. Quiere demostrar antes que es capaz de gobernar para todos y de mejorar la situación de los ciudadanos. También juega a su favor lo que ocurre en Escocia. En las elecciones municipales celebradas en las mismas fechas en todo el Reino Unido, allí se produjo la octava victoria electoral consecutiva del Partido Nacionalista Escocés, cada vez más contundente. Por el contrario, el Partido Conservador se ha llevado un buen batacazo. La líder escocesa, otra mujer Nicola Sturgeon, intenta un nuevo referéndum de independencia y quizá lo consiga en el 2024, 10 años después del anterior. Tanto Escocia como Irlanda del Norte y Gales votaron a favor de permanecer en la UE en 2016. La arrogancia inglesa, de la que Mr. Johnson es un depurado ejemplo, puede llevar a que

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