La religión islámica margina al 50% de la población, algo difícil de entender hoy. Nos lo recuerda la manipulación realizada en las recientes elecciones presidenciales de Irán. Los ayatolas, dirigidos por el “líder supremo” Ali Jamenei, no están dispuestos a ninguna relajación de su opresivo régimen y han puesto al mando del gobierno al muy conservador Raisi, eliminando los elegibles que no les gustaban y provocando una gran abstención. Un caso más, de la deriva de los regímenes de orientación mahometana, que mantienen denominaciones peculiares para los que mandan en ellos. Además de ayatolas en Irán, tenemos talibanes en Afganistán y alrededores, jeques en Arabia o sultanes, cargo al que aspira el líder de Turquía.

Es una vergüenza el sistema que tienen montado de sometimiento de mujeres, aunque el peso de los tiempos les va forzando a permitir pequeñas mejoras como dejarlas conducir o que ocupen cargos políticos menores.  La simbología del sometimiento se apoya en las ropas que les obligan a ponerse, que van desde el pañuelo, el velo, los mantones y faldas largas al ominoso burka.

En mi ensayo, el capítulo dedicado a la libertad de las mujeres incide sobre el papel de las religiones monoteístas como mecanismo masculino, siempre las dirigen hombres, para alienar a las mujeres y que ellas admitan como normal una situación de sometimiento y marginación de los centros de poder. En los estados de derecho, la democracia ha permitido avanzar mucho, aunque quede camino por recorrer para equiparar el universo femenino y el masculino. Por eso, en el ensayo se propone que el baremo para medir el grado de respeto a la libertad y los derechos humanos tenga un solo componente: la situación de las mujeres en cuanto a derechos y oportunidades.

Un baremo como ese debería orientar la política de tratados comerciales de los principales países occidentales, en nuestro caso los que promueve la UE, especialmente en productos como la venta de armas o de sistemas tecnológicos avanzados. Los Estados con mejor puntuación en el índice tendrían más posibilidades de llegar a acuerdos favorables. La política exterior es un espacio complejo en el que hay que tomar en cuenta otras cosas, como la presión de competidores autoritarios como Rusia o China. Pero la existencia y difusión de un baremo oficial como el propuesto ayudaría a los grupos que luchan por conseguir más derechos democráticos y más igualdad de las mujeres, a los que también hay que apoyar con medios y presión política para que no sean perseguidos y puedan seguir peleando.

Queda otra asignatura muy difícil: lidiar con el islam que tenemos establecido en el seno de los países democráticos, traído por inmigrantes que tienden a crear guetos, donde se encierran ellos y sus familias para evitar que se “contaminen” de amor por la libertad. Las medidas directas que se toman en ciertos países, como la prohibición de algunos “tocados” que adornan a las musulmanas pueden rozar el uso de derechos democráticos.  Una vía más sutil para combatir los procesos de alienación de las mujeres en el seno de estas comunidades debe centrarse en el sistema educativo y en condicionar algunas ventajas (permisos de residencia o trabajo, acceso a determinadas profesiones y ayudas) al nivel específico de integración de las mujeres de sus familias en modos de vida más compatibles con su autonomía.

Hay que hacerlo bien y con persistencia, no se debe facilitar que sean los partidos de ultraderecha los que lideren, con medidas muy discriminatorias, un proceso de integración, que debe ser de asimilación de la libertad. Está pasando en Francia, especialmente en el sur, donde la tensión social que crea una amplia comunidad musulmana está en la base de la radicalización política, como acabamos de ver en las elecciones regionales celebradas el pasado fin de semana. En ellas se registró una gran abstención, que es siempre un síntoma de que muchos ciudadanos se desvinculan de mecanismos democráticos para resolver sus problemas.

También hubo poca participación en las poco libres elecciones presidenciales de Irán unos días antes. Resulta preocupante que lo mismo ocurra en un país europeo. El islam es, sobre todo, un atentado contra la libertad de las mujeres por eso lo es contra la democracia, por eso hay que combatir sus defectos de otros tiempos con incentivos a la convivencia en libertad e igualdad, no con prohibiciones, eso se lo dejamos a ellos, esa es nuestra superioridad moral.

Muchos de los musulmanes que viven por aquí han llegado y trabajan gracias a que sigue existiendo el papel moneda.

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