Hace un par de meses, dediqué una entrada a Putin (By, by Putin), diciendo que estaría una temporada desaparecido. Como así ha sido. Confluían dos circunstancias muy negativas para Rusia, que aguaron su pretendido año de gloria: la epidemia de coronavirus que golpea a un país con población envejecida y los bajos precios del petróleo.

La publiqué el 22 de abril, el día en que se cumplían 150 años del nacimiento de Lenin, cuando se debería haber celebrado el referendo que le permitiría seguir mandando hasta 2036. Un mes después, iba a tener lugar el gigantesco desfile conmemorativo de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, en el que contaba que estarían representados, al más alto nivel, los principales Estados del mundo.

Los dos actos tuvieron que aplazarse. Además, se ha cambiado su orden, el pasado jueves, día 24, se celebró el ansiado desfile a la mayor gloria del heroísmo del pueblo ruso, que, según Putin, fue el auténtico vencedor de la contienda con los nazis. No tuvo mucha capacidad de convocatoria. Sólo estuvieron los principales mandatarios de varios países próximos, casi todos muy autoritarios, pero sin relevancia en política internacional. También asistió el ministro de exteriores de Venezuela.

Eso sí, el desfile fue espectacular con muchos miles de soldados, misiles intercontinentales y aviones y tanques de última generación. Todo presidido por símbolos comunistas y con total ausencia de mascarillas protectoras. Le gustan los símbolos, cada vez está más próximo a la Iglesia rusa, la semana pasada inauguró una nueva iglesia en Moscú ¡dedicada a las fuerzas armadas! Como buen autócrata, sabe que el ejército es la «razón» última de su poder. Le vale todo, se ve en la foto: armas, estrellas rojas y, al fondo, la catedral.

Este gran montaje patriótico ha venido acompañado de una nueva fase de la desescalada del confinamiento para combatir la pandemia de coronavirus, vuelven a abrir los bares y restaurantes de Moscú. Todo está orientado a mejorar el ánimo de los rusos ante la aplazada campaña del referendo que, por fin, tendrá lugar el próximo 1 de julio.

Desde ayer, los ciudadanos han empezado a votar para aprobar una nueva constitución, que hace tabla rasa de los mandatos anteriores y permite a Putin volver a presentarse a la Presidencia dos veces más (mandatos de 6 años), la primera en 2024. Su popularidad está muy baja, la pandemia aún causa estragos y la economía es un desastre, agravado por los precios del crudo y el gas natural de los que depende el país. Aun así, creo que ganará el referendo, con trampas si es preciso, aprovechando que mucha gente votará a distancia, mediante correo o internet, por miedo a acercarse a las urnas. Además, ha añadido en la nueva constitución temas que le garantizan mucho apoyo, como el compromiso de revalorizar, cada año, el salario mínimo y las pensiones. En la campaña oficial se habla de esos temas, no de la perpetuación del Presidente

Va a por todas, sólo le importa seguir mandando. El taimado gallo ruso vuelve a erguir la cresta, aunque se le ve flojo. Sale mucho menos en televisión, no informa de los datos de la pandemia y se queda sólo con los alardes populistas. Incluso se mostró conciliador en política exterior. No está el horno para bollos, un país, con un PIB similar al de España, en grave crisis económica, no tiene fondos para mantener un gigantesco aparato militar y espacial.

Se limita a hacer actos simbólicos y exhibiciones de gloriosa historia mientras se pasea discreto por el corral, a la espera de tiempos mejores. Pero este personaje siniestro, con ínfulas de macho alfa, puede ser muy peligroso, ya que posee bombas nucleares y, a principios de este mes, amenazó con usarlas ante cualquier agresión, aunque sea con armas convencionales. Otro síntoma de debilidad económica, emplearía armas atómicas porque, a pesar de sus alharacas, no tiene recursos para pagarse un gran ejército.

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