Lo que ha ocurrido era previsible de acuerdo con lo que se dice en el último capítulo del libro sobre los grandes Estados nación. Ellos van a lo suyo y procuran evitar compromisos difíciles. Es un asunto de poder. Además, en estos momentos, están dirigidos por líderes muy nacionalistas, apoyados por líneas religiosas radicales que tienden a pensar que lo que le pasa al planeta es cosa de Dios, no de los hombres. Hay muchos intereses en seguir quemando combustibles fósiles y nos intoxican sistemáticamente con mensajes negacionistas. Los servicios secretos rusos son muy buenos en eso y Rusia vive del petróleo.

Por eso hay que hacer algo más que hablar, que manifestarse, que exhibir a líderes ecologistas. Hay que hacer lo que les pedimos a nuestros dirigentes: actuar. Romper pautas de consumo. Estuve intentando que hubiera un acto simbólico poderoso, como apagar nuestras luces de navidad un día y presionar a los comercios que no lo hicieran, no comprando allí. No fue posible, mea culpa, tengo pocos seguidores.

O la sociedad civil actúa (epílogo del libro:”todos somos necesarios”) o seguimos apostando por la liturgia y oficiando ceremonias. En eso los líderes políticos ganan siempre y la situación general seguirá empeorando. En España lo hacemos muy bien, somos especialistas en fiestas y ceremonias religiosas. Fue mala suerte para el planeta que las circunstancias trajeran esta cumbre a un Madrid a reventar de luces decorativas. No es nada serio y los españoles de a pie no supimos compensarlo, actuando, mandando un mensaje inconfundible. Les hemos fallado a muchos, sobre todo a los más pobres y amenazados por las sequías, los tifones y la subida del nivel de los océanos. Nosotros también somos culpables del fracaso de la COP25.

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