Se prevé un camino despejado para otra victoria del PP en la comunidad de Madrid. Son los impulsores de lo que ya se conoce como nacionalismo madrileño, con J.M. Aznar en el papel de Sabino Arana, versión inversa. Parte de la cultura popular que soporta esa forma de ver la capital y “su” España es el espíritu acogedor hacia los visitantes. Viene apoyado por un ambiente que fomenta actividades con amigos, compañeros y conocidos, en el marco de la importante actividad artística que garantizan grandes instituciones públicas. El dinamismo social facilita las oportunidades de trabajo y negocios, y propicia el crecimiento económico, ayudado por una estructura de comunicaciones diseñada para ir y venir allí con comodidad.

La popularidad de la actual presidenta de Madrid tiene mucho que ver con su empeño en mantener abierta la hostelería durante la pandemia, para no deteriorar en exceso esa cultura de relación y evitar caídas mayores del PIB. Hemos advertido en otras ocasiones que su política ha costado demasiado en términos sanitarios, allí y en el resto del país, pero es algo que, a juzgar por los sondeos, no preocupa a sus votantes. Parte de ellos no deben ser conscientes de ello, otros, la línea más dura próxima a las ideas de Trump y Bolsonaro, llegarán a pensar en su fuero interno que los afectados son viejos y que su desaparición ayudará a mitigar el gasto sanitario y en pensiones.

La imagen de relajo ha conducido hacia Madrid a europeos deseosos de pasarlo bien, especialmente jóvenes y con predominio de franceses. En estos momentos, Francia es un destacado centro de contagios del continente, por eso ha implantado medidas muy restrictivas a la hostelería mientras aquí abríamos las puertas de nuestra principal ciudad a gente cargada de virus y con ganas de divertirse. Hasta se han descubierto redes de venta de PCRs negativos para poder viajar.

La protegida Cofradía de la Santa Birra organiza todo tipo de procesiones, viacrucis y vigilias de Semana Santa para sus cofrades y para que el ambiente no decaiga en plena campaña electoral. Están abarrotadas de madrileños porque el Gobierno del Estado y el resto de CCAA se han puesto de acuerdo en cerrarles el paso y evitar que anden por ahí regando covid de cepas variadas.

Isabel Díaz Ayuso asume riesgos muy altos con su política de apoyo a bares y restaurantes, que podrían llegar a complicarle una campaña que aparentemente marcha sobre ruedas. Las elecciones son el 4 de mayo y el mes posterior al período vacacional puede hacérsele muy largo, por la acción de un virus adaptable y agresivo. Las ucis de sus hospitales siguen con niveles altos de ocupación por enfermos de covid 19 y , desde ayer, vuelve e estar en zona de riesgo extremo (más de 250 contagios en 14 días por cada 100.000 habitantes). Destaca, entre las comunidades autónomas, en ambos parámetros, mientras se esfuerza en aplicar las menores restricciones.

Los demás miramos con terror hacia allí porque siguen jugando a la ruleta rusa con la salud de todos. Los dirigentes de la capital y su gobierno regional se limitan a echar valores fuera, culpando al Gobierno de lo que pasa, mientras mantienen abierto el interior de los locales y el toque de queda a las 11 de la noche. Ahí están las recientes palabras del Presidente de Cantabria, que no se caracteriza por apoyar independentismos, en una conversación privada a teléfono abierto, cuando comentó que, después de Semana Santa, Madrid se convertiría en una “bomba de relojería” para el resto.

El populismo del PP madrileño trae muertos innecesarios como sacrificio ritual a Santa Birra. Pero, al menos, ayuda a enriquecer el debate sobre España, porque el resto de CCAA se han vuelto más conscientes de la insolidaridad y la inconsciencia con las que la capital actúa demasiadas veces.

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