El AVE ha sido una inversión poco sensata. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) ha publicado a finales de julio un informe muy negativo sobre la rentabilidad de este medio de transporte y propone que se frenen las inversiones previstas para continuar su expansión. Supongo que, dados los enormes problemas que tenemos por delante, dejaremos de enterrar dinero en algo mal concebido desde el principio. El informe ha provocado que alguna prensa de la capital se permita incluso comentarios críticos sobre el gran tren radial, cuando antes todos eran alabanza.

El AVE se ha tragado 55.888 millones de inversión. No conocía la cifra que menciona el informe, pero no me ha extrañado. Lo que me ha sorprendido y preocupado es que aún esté previsto invertir 73.000 millones más en los próximos años. Ya está bien de insensateces, si hay que rematar alguna línea, que rebajen la velocidad prevista a 180/220 km hora. Es suficiente y se puede cubrir con mucho menos gasto y trenes más convencionales. Lo de ir a 300 dispara el coste muchísimo y realmente no hace falta.

El informe de Airef propone invertir en cercanías, que es el ámbito más eficaz y más rentable. Es prácticamente lo que tenemos en Galicia un AVE de Coruña a Vigo que no rebasa los 200 km/hora y es muy rentable, quizá porque, hasta ahora, es el único que no es radial. El tren es un transporte idóneo para cercanías y corredores de ciudades y puertos. También para transportar mercancías, cosa que no permite el tendido AVE y así tenemos las carreteras llenas de camiones.

Hemos tirado mucho dinero en una épica política obtusa. Aún estoy oyendo al Presidente Aznar prometiendo que llevaría el AVE a “todas las capitales de provincia”. Cada vez que recuerdo esa insensatez se me ponen los pelos de punta. Somos el segundo país del mundo en kilómetros de alta velocidad, sólo superados por China, y aún hay algunos que quieren más que duplicar la inversión.

Ya en el 92, cuando se inauguró la primera línea, la de Sevilla, advertí, en una revista gallega, de los problemas y pérdida de oportunidades que acarrearía aquella apuesta desmedida, que nos vendían como gran cosa, lo titulé “AVE de rapiña”.  Allí lo definía como “una desmesura que se sitúa en galaxias diferentes de las auténticas necesidades de infraestructuras del Estado”. No me satisface especialmente que, muchos años después, los análisis de expertos en finanzas públicas confirmen mis pronósticos. Si la inversión realizada en el AVE la hubiéramos dedicado a objetivos sensatos, incluida la investigación en ciencia, hoy seríamos un país mucho más avanzado.

Recuerdo también cuando el Secretario de Transportes del gabinete del Presidente Obama, Ray LaHood, acompañado del ministro José Blanco, recorrió el tramo del AVE entre Madrid y Zaragoza. Se deshizo en elogios sobre el nivel tecnológico, la comodidad y la velocidad del tren. Un periodista quiso comprobar si la invitación podría proporcionarnos negocio y le preguntó si pensaban invertir en este gran sistema para mejorar alguno de sus importantes corredores ferroviarios, como el Boston-Washington que mueve decenas de millones de pasajeros y permite velocidades entre 120 y 240 km hora, con tramos largos a 220. Dijo que no estaba previsto. Ante la insistencia del informador para conocer las razones para no disfrutar de la maravilla que teníamos nosotros, aclaró, quizá con algo de retranca, que no tenían dinero suficiente.   

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