La grave crisis sanitaria que atravesamos ha hecho que se aceleren algunos cambios de hábitos y parte de ellos permanecerán. Hasta hace poco, era fácil encontrar anuncios en las tiendas advirtiendo que no se admitía el pago con tarjeta, que se exigía un importe mínimo para ello o que se penalizaría en el precio el empleo de ese sistema.

Antes de la llegada del coronavirus esas prácticas habían ido desapareciendo poco a poco por la creciente presión de los consumidores, a los que resulta más cómodo y seguro pagar con tarjeta o con móvil. Sistemas de pago privados que tienen un coste, pero que tienden a adaptarse al mercado. Los bancos tienen ahora una tarifa plana que fomenta la aceptación de tarjetas en tiendas que venden productos de bajo valor unitario, un espacio donde, hasta hace poco, dominaba el pago en metálico.

La pandemia ha disparado el apoyo a las tarjetas, en principio porque la gente tenía miedo de contagiarse al tocar objetos que circulan de mano en mano, luego nos hemos acostumbrado. El desplome del uso de cajeros automáticos confirma la tendencia. Un cambio de hábitos a favor de una solución más acorde con las tecnologías actuales es difícil que se revierta, aunque frene algo su velocidad de expansión una vez que se recuperen hábitos que favorecen a billetes y monedas. Aún resulta más cómodo, por ejemplo, pagar en efectivo una consumición a medias, cuando se acude en grupo a un bar o a un restaurante.

Muchos establecimientos, como el de la foto superior, apoyan el proceso y prefieren que se les pague con tarjeta. Otros incluso ofrecen un descuento por ello, lo contrario de lo que ocurría antes. Al final de este texto reproduzco un ticket de una panadería en el que me hacen un descuento del 2 % por pagar con tarjeta y, en vez de cobrarme 2 euros por la compra, me cargan 1,96. Como no tienen que dar cambio, al ser una operación electrónica, les es igual usar importes fraccionarios. Lo que buscan es reducir la recepción de efectivo, el sistema más caro que existe con mucha diferencia (manipulación, transporte, riesgo de falsificaciones y atracos, tentación para malas prácticas de empleados…). Los empresarios saben hacer números y apostar por lo que les conviene, hay que facilitarles el camino.

Se habla mucho de la necesidad de proteger el comercio tradicional para impedir que vaya reduciendo su presencia en las calles, donde constituye un elemento esencial para darles vida y humanizarlas. Parte de la culpa la tiene la venta por internet a la que muchos se han ido acostumbrando. Aun así, la compra presencial tiene gancho: se puede tocar o probar la mercancía, se recibe asesoramiento profesional y se produce una relación personal que introduce confianza.

Cuando se habla de los problemas del comercio tradicional, sorprende que nadie se refiera a la obligación legal de aceptar el pago en efectivo. Resulta que no se puede obligar a los gigantes que operan on line a cobrar en billetes, mientras el comercio a pie de calle tiene que cogerlos. No es justo, los grandes competidores de internet no sólo tienen enormes economías de escala, también cuentan con ventajas legales. Por no hablar de las fiscales al tributar donde les parece, un tema, no de hoy, que mi libro analiza como otro obstáculo para competir con ellos.

El marco legal que obliga a aceptar el pago en especie es un obstáculo para el comercio tradicional enfrentado a las empresas de venta on line, al hacerle incurrir en costes que sus rivales no tienen. Depende de los políticos arreglarlo, no sólo ayudarán a un sector muy importante, también evitarán tentaciones a no pagar impuestos. Dejen de proteger el sistema de pago más ineficiente, el que defienden los delincuentes y evasores fiscales, y actualicen la legislación involucrada (Código Civil, Ley 46/98).

Una vez que lo hagan, será interesante observar cómo va evolucionando el proceso. Se darán cuenta de que el efectivo acelerará su caída en las compras normales y cada vez más establecimientos dejarán de aceptarlo o pondrán condiciones a su empleo, dependiendo de la estrategia que cada uno adopte. Algunos hasta pueden considerar una ventaja aceptar efectivo, pero que sean libres para decidirlo. No se sorprendan si, a pesar del menor uso, los billetes en circulación se mantienen en niveles altos. Comprenderán por qué titulé “La energía oscura del dinero” a mi libro (2007) sobre el tema. Quizá entonces se tomen en serio lo de eliminarlos definitivamente (entradas al blog en la categoría «sin billetes»).

Hoy me limito a pedir algo más sencillo: que los billetes y monedas compitan sin protección del Estado con los sistemas de pago modernos y no ayuden a la desaparición de comercio tradicional.

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1 comentario

  1. El proceso en marcha, incluso con recientes propuestas legislativas, ya parece imparable. La propia dinamica, estimulada por las razones prácticas derivadas de la pandemia, ha propiciado un avance expontaneo que favorecerá la asuncion significativa primero y después las medidas legislativas que, sin duda, vendrán más pronto que tarde.
    Hace decadas que Enrique Sáez viene promoviendo recurrente y razonazamente lo que ahora va imponiendose. Hay segmentos de la población comprensiblemente muy renuentes, cuyas motivaciones no pueden ser ignoradas. También ello ha sido tenido en cuenta por Sáez y quedó plasmado en un pormenorizado estudio de detalle sobre el que ahora parece oportuno volver.

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