Podría ser el titular de un parte meteorológico dadas las temperaturas record que sufrimos. Pero vale también para hablar de la radicalización de la política. Como el fenómeno se da en muchas partes, cabría pensar que el calentamiento global se transmite a la convivencia, impulsado en ambos ámbitos por los que aman el petróleo y gustan de enfrentamiento y gasto militar.
Al igual que ocurre en meteorología, las condiciones de la atmósfera política afectan más a unas zonas que a otras. Lo vemos en España, en junio hemos tenido más de 40 grados de temperatura demasiadas veces y en demasiados lugares. Las altas temperaturas y la revuelta contra el gobierno, acelerada por los graves escándalos de corrupción que afectan al PSOE, acosan al centro sur, más caliente y más partidario de una patria simple y centralista modelo francés, heredada de los borbones y muy del gusto de los golpistas de siglos anteriores.
La idea de que todos somos iguales, promovida en el sentido de que todos somos uniformes, es el mayor obstáculo al desarrollo democrático de una España con mayor variedad cultural que Francia. Aquí ya advertí, primero a UPyD y luego a Ciudadanos, que el centralismo les impedía ser de centro. No me hicieron caso y desaparecieron, su modelo de país los llevó a la derecha dura. La tensión está también en el PP, aunque intente hacer caso de las peticiones de moderación de los preocupados por perder base electoral (al final reproduzco recientes titulares de la Voz de Galicia). Pero el creciente peso de la capital (Aznar, Ayuso y su “Rasputín” M. A. Rodríguez), de Andalucía, que tendrá elecciones en un año, y la presión exterior de Vox lo encajan en la España simple, que gusta a los más ultras, segmento electoral en aumento.
Prueba de esa deriva es la apuesta por reforzar las diputaciones, metida discretamente en la ponencia política de su congreso de este mes. Si queremos una España democrática e integrada en una Europa que absorbe competencias de la Administración Central para compartirlas con otros -ahora le toca a la defensa tan sensible a desfiles y veleidades patrióticas-, debemos apostar por avanzar hacia lo federal para articular bien la diversidad, eliminando las provincias o dejándolas para las CCAA que deseen usarlas. El más costoso error de nuestra Constitución fue aprobar dos modelos organizativos incompatibles: el federal (CCAA) y el centralista (provincias), siempre más caro y difícil de gestionar, no hay más que mirar lo que les cuesta a los franceses su enorme Estado. El debate, que se debió resolver entonces, subyace y radicaliza enfrentamientos de hoy, azuzado también por provocaciones de los «diversos» más agresivos.
Cuando se apuesta por las provincias, se apoya la ineficiencia de organismos sin elección directa y esa España uniforme, que gusta mucho en el centro sur. Lo nota también el PSOE, donde el presidente de Castilla La Mancha, la antigua cúpula sevillana y un grupo de viejos dirigentes centralistas (casi todos ex funcionarios) tensionan más un partido ya debilitado por la corrupción. Aman la uniformidad cultural (incluida la tauromaquia) y la gran administración central, cara, ineficiente, menos democrática, impropia de nuestra rica base cultural y de los tiempos europeos. Lo simple atrae a las líneas más intervencionistas desde una burocracia omnipresente, tanto socialista como conservadora. El peso del Estado en el PIB de Francia, heredera del general De Gaulle, es similar al que tenía en la vieja Yugoslavia de Tito, un dictador socialista.


Atinado coma sempre e a contracorrente como debe ser