Lo ha entendido el Partido Popular y ha apostado por Alberto Núñez Feijoo y Juanma Moreno para intentar librarse de las guerras entre facciones en Madrid que lo estaban desgastando. Los resultados electorales en Andalucía aplauden la apuesta y frenan el ascenso de Vox, que empujaba la radicalización conservadora del partido en línea con las ideas de líderes como el ex Presidente Aznar o la Presidenta de la Comunidad, donde está Génova 13. Las últimas encuestas confirman la tendencia y permiten al PP de Feijoo superar al PSOE de Sánchez. 

Muchos de los problemas del PP vienen del gran peso del partido en la capital. Intenta ahora sacudirse del ensimismamiento que produce un gran espacio urbano muy especializado en la gestión del poder , reforzado por los medios de comunicación nacionales, apegados al entorno próximo. Sabe que necesita ocupar parte del centro político si quiere gobernar. Precisa hacerse fuerte en la periferia, adaptarse a situaciones diferentes. Para ser de centro no llega con decirlo o con vender ideas moderadas, hay que poder dialogar con todos y tener capacidad de pactar con fuerzas diferentes. A eso están más acostumbrados el PSOE y partidos nacionalistas como el PNV o Ezquerra, que existían antes del 36.

Tenemos un Estado muy diverso, hacía referencia en la entrada anterior (Monumental cornada) a la imposición de elementos culturales comunes, que no lo son, en un intento de unificar la diversidad. Una tendencia que tiene relación directa con el poder de los grandes aparatos político-burocráticos. Es lo que intenta el centralismo en cualquier país. Se trata de una filosofía organizativa insaciable que genera ineficacia y pone en riesgo las libertades, al concentrar las decisiones en un sistema con tendencia a vivir encerrado en sí mismo y poco eficaz para adaptarse a cambios. El mundo simple tiende a ser demasiado nacionalista y facilita soluciones totalitarias. La idea de la gran patria ayudó a Hitler, Mussolini, o Stalin, y sigue presente en Putin, Xi Jinping o Erdogan.

Estas reflexiones están detrás del primer capítulo de mi ensayo (El poder del Aparato), donde analizo los procesos de acumulación de poder en este siglo que obstaculizan la adaptación de las organizaciones humanas para habitar el planeta con un alto grado de libertad en un mundo muy poblado e interconectado, al que tenemos que cuidar más. Los aparatos político-burocráticos de gran dimensión resultan especialmente peligrosos en los países grandes sin tradición democrática. No es nuestro caso, pero la tendencia a unificar para centralizar tensiona la convivencia y predomina en la cultura política de una capital creada por decisión real para ejercer ese papel y que no deja de crecer desde entonces.

Aunque suene a contradicción, el centro está en la periferia, en adaptarse a la diversidad, aceptándola, aprovechando todo lo que enriquece, intentando integrarla en objetivos comunes sin desgastarla demasiado. Eso no lo ha entendido el Ciudadanos de Inés Arrimadas, un partido muy centralista nacido del rechazo a excesos del nacionalismo catalán, como tampoco llegó a asumirlo la UPyD de Rosa Díez, entregada a la visión unitaria después de combatir contra la violencia secesionista en Euskadi. Así les ha ido.

Feijoo tiene que lidiar ahora con las tendencias de fondo que empujan a su partido en Madrid, muy populares allí y entre algunos medios. Si no lo consigue, corre el riesgo de que muchos defensores de una España uniforme y sometida al aparato central, bien representados por la señora Ayuso, se le pasen a Vox y de que el PP siga siendo un partido marginal en Cataluña y el País Vasco, comunidades de mucho peso, especialmente en la tarea de modernizar España.

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