Hemos vivido un verano con temperaturas demasiado elevadas según parámetros históricos. Las sequías, los incendios y la crisis energética, acelerada por la guerra de Ucrania, deben hacernos pensar. Actividad mental poco extendida entre los responsables políticos, al menos si se trata de medir consecuencias a largo plazo. 

El calentamiento global está aquí. Parte puede derivar de un proceso cíclico sobre el que ya leí en mi adolescencia, hace 60 años, en un artículo científico americano que resumía en español el Selecciones del Readers Digest, al que estaban suscritos mis padres. Tiendo a memorizar los pronósticos que me parecen acertados y que implican cambios profundos, no es fácil encontrarlos. Según un estudio que recientemente vio la luz en el Journal of Geophysical Research, ese ciclo de aumento de temperaturas habría sido reforzado este año por la violenta explosión del volcán Tonga, en el Pacífico Sur, ocurrida el 15 de enero.

También hay evidencias científicas de que el consumo de combustibles fósiles empuja el proceso. Lo que vaya a ocurrir dependerá en gran medida de lo que seamos capaces de hacer. Lo que sucede en Ucrania presiona para tomar medidas, no perdamos la visión a largo. El planeta está muy poblado, el crecimiento económico en regiones calurosas provoca que la demanda de aire acondicionado tienda a aumentar y con ella la de energía eléctrica. Las dimensiones sociales que hemos alcanzado y las acumulaciones de poder, cada vez más descontroladas, son la base de las reflexiones del blog. El primer párrafo de mi libro refleja el origen de esas inquietudes:

El fuerte crecimiento de la población y de la economía que se registra desde hace doscientos años crea condiciones sociales muy diferentes a las de tiempos históricos anteriores. La principal característica del nuevo entorno es la escala, la dimensión de la Humanidad. A mediados de siglo, siguiendo las previsiones más fiables, estarán sobre la Tierra entre 9.500 y 10.000 millones de seres humanos, contra los 1.000 que había en 1800. Si a esto añadimos el crecimiento de la producción por persona, nos encontraremos con que 250 años después habrá una economía que podría llegar a ser 250 veces más grande que la de aquellos momentos.”

Frente a una realidad compleja y desafiante, el sistema político se pierde en peleas ideológicas, cada vez más influido por la radicalidad que impulsan las redes sociales. En España, Vox, negacionista del cambio climático, propone que se impulse el fracking para obtener gas natural, un combustible del que habría que ir prescindiendo aunque sea el menos nocivo de los de origen fósil. Debe ser que se inspiran en el neofascismo trumpista, rama tejana. Ambos combaten también el aborto, obsesionados con que las mujeres tengan más hijos cuando empieza a haber demasiada población sobre el planeta. Los negacionistas juegan a la ruleta rusa. Si se les hace caso y resulta que están equivocados desapareceremos. Ese riesgo no se puede asumir, hay que ignorarlos.

En una línea con ciertos paralelismos, el PP – Isabel Díaz Ayuso habla del “ecologismo prefabricado” que ataca a la iniciativa privada y a las gentes del campo- parece apoyar también el fracking y tiende a dar ventajas a las familias con muchos hijos, independientemente de su renta. Campañas mediáticas, empujadas por esa visión introspectiva, alarman sobre las caídas de natalidad, habiendo gente de sobra dispuesta a venir si hace falta o aunque no la haga, como estamos viendo cada día.

El calentamiento global es un problema muy grave, no una guerra de religión, y debería fomentar grandes acuerdos, como los que se intentan a nivel internacional. Hace fala pragmatismo, también por parte de los ecologistas. Por ejemplo, permitiendo que se prorrogue la vida de las centrales nucleares para resistir el corte en el consumo de gas y petróleo, que piden el cambio climático y la guerra de Putin.

El planeta, los humanos, la calidad de vida y las libertades democráticas están amenazados. Evitar problemas graves debería ser una prioridad y no consiste sólo en ponerse objetivos ambiciosos, también nos jugamos valores básicos en la forma en que organizamos cada espacio donde diversos poderes presionan e intentan imponer sus intereses. Lo recordábamos recientemente en dos entradas consecutivas. Una (4/8) sobre la creciente presión fiscal que debilita a las clases medias y, con ellas, a la democracia. La anterior a esa explicaba que tendríamos sociedades más dinámicas y resistentes si se hacen bien los cambios en el aprovisionamiento energético, con mayor peso de las renovables y diversidad de proveedores.

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