La película con ese título está siendo un éxito porque es una acertada crítica del poder. Unos científicos descubren un cometa que se acerca y, según el cálculo de trayectoria que contrastan con otros astrofísicos, en pocos meses destruirá la vida sobre la tierra. Lo que es una verdad objetiva empieza a ser tergiversada en función de ridículos intereses. En  el ejemplo extremo que desarrolla el director Adam McKay aparecen bien retratados los tres grandes acumuladores de influencia que recoge mi ensayo. El poder político tarda en reaccionar, cuando lo hace es el económico el que lo convence para intentar beneficiarse. Mientras, los medios oscilan entre la manipulación negacionista y la difusión chistosa de las noticias sobre un desastre inminente.

La confusión es tan grande que son los científicos los que parecen unos locos diciendo cosas sin sentido. La película pretende ser una crítica de la versión trumpista de la política, pero, a mi modo de ver, va más allá. Es una precisa visión del permanente bloqueo al que los poderes establecidos son capaces de someter un viejo cometa institucional, el estado nación, que lleva unos 250 años dando vueltas y, desde el fin de los imperios coloniales y la llegada de la globalización, amenaza con salirse de órbita y provocar desastres. No somos capaces de corregir su trayectoria amenazante y construir un sistema menos basado en fronteras rígidas. Los que mandan se resisten porque temen perder capacidad de dar órdenes. En el guion del film  también afloran nacionalismos que codician las valiosas materias primas que el cometa trae a velocidades que no podremos digerir.

Las debilidades de una estructura institucional, que se ha salido de la órbita de manejar imperios como forma de organización del planeta, se manifiestan en aspectos relevantes de la sociedad contemporánea: desigualdad, ataques a la democracia, más gasto militar…Pero el principal problema es su incapacidad de enfrentarse a la nueva situación de la Humanidad, que exige más acciones colectivas como las que precisa el combate contra el calentamiento global o el covid 19 y para que la ínfima minoría de los súper ricos y grandes empresas paguen más impuestos. Por eso he saludado el pasado día 31, como gran noticia económica del año pasado, el acuerdo de la OCDE sobre el último punto. El cometa institucional amenaza la vida misma de la especie. Los que, parapetados dentro de sus fronteras, defienden que nada cambie, a pesar de los crecientes problemas que las desbordan, tienen una base política enraizada que la manipulación de la información dificulta analizar con imparcialidad.

Lo vemos ahora en Francia. Las protestas de grandes defensores de la nación, los populistas conservadores en alza, parapetados tras líneas rojas de base casi teológica, han conseguido que el gobierno de Macron retire la bandera europea que había colgado del Arco del Triunfo de París con ocasión del inicio del semestre de Presidencia francesa de la UE, una organización que representa el primer intento serio de la Humanidad para superar las limitaciones del estado nación. Por eso la odian las ultraderechas y los totalitarios de toda especie. La plaza de l´étoile, el centro del país, es un lugar sagrado de la patria que sólo puede lucir la bandera nacional.

La evolución de una especie tan social como la nuestra es mucho más difícil de prever que el movimiento de astros y planetas, pero los que criticamos los populismos en alza que defienden la prevalencia de los de siempre, nos sentimos tan solos cómo los científicos de Don´t look up. No paran de advertirnos: no mires hacia adelante, no analices lo que está pasando. La táctica del avestruz no servirá para apartarnos de los peligros que crecen.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *