Rusia controla regiones de Ucrania vecinas a su frontera, donde un alto porcentaje de población se siente rusa. Busca la mejor salida posible de la guerra. Sabe que no será capaz de hacerse con el país invadido y quiere un tratado de paz que consolide ganancias territoriales próximas, aunque aún intentará alcanzar una ciudad histórica como Odesa y dejar a Ucrania sin salida al Mar Negro. Necesita vender a sus súbditos una gran victoria. Pero Occidente también sabe que ese final establecería un peligroso precedente para otras zonas lindantes con Rusia y, en general, con Estados de tendencia expansiva. Se legitimaría el uso de la fuerza para resolver dudas de soberanía.

Parece que la lucha será larga, lo que representa un desafío económico para Europa, que necesita importar materias primas agrícolas y minerales de las que los países en conflicto son importantes proveedores. La dependencia es enorme en petróleo y especialmente en gas. Rusia va a utilizar esa situación para presionar y hay alarma en Centroeuropa por posibles cortes del suministro de gas. Un producto de casi imposible sustitución en Alemania, el país que ejerce de locomotora económica de la UE y que probablemente entraría en recesión en caso de un cierre del grifo.

Putin tiene un arma desestabilizadora, porque su posición comercial es más favorable. Sus oponentes no son capaces de presionarle al nivel de lo que él puede hacerles a ellos, ya que dispone de la alternativa de redirigir sus exportaciones a otros mercados, como China o India.

El aumento del precio de las materias primas le ha venido bien al estado agresor. El rublo se ha recuperado, tras la caída que siguió a las sanciones aplicadas en marzo por la mayoría de los países democráticos. Un rublo fuerte facilita al gobierno ruso controlar la inflación interna, para lo que también cuenta con la posibilidad de mantener precios interiores más bajos en productos de alto consumo. Además, como ya he comentado otras veces, el pueblo ruso es capaz de “comer patria” para aguantar el hambre y las privaciones. Sigue siendo muy nacionalista y su Presidente cultiva la zanahoria del pasado imperial soviético al que le gustaría volver. Si la guerra no se prolonga demasiado, los rusos aguantarán.

El escenario de países europeos muy endeudados, sobre todo Italia con España no muy lejos, ha provocado una segmentación del mercado de bonos, al exigírseles tipos de interés más altos a los que tienen mucha deuda pública. Los efectos del desafío de Moscú se están haciendo ver en la crisis política italiana. Una salida de Mario Draghi de la jefatura del gobierno reforzaría la presión de los mercados sobre Roma y Madrid y complicaría la gestión del Banco Central Europeo, cuando intenta revertir un proceso que incrementaría más el déficit de los afectados. El mecanismo que el BCE empleará para ello aún no se conoce en detalle, pero teme recibir presiones políticas e incluso obstáculos legales de los países del norte, temerosos de verse abocados a dar demasiado apoyo a los peor gestionados.

La fragmentación de intereses según países vuelve a poner sobre la mesa la conveniencia de una mayor armonización fiscal, lo que puede implicar que se exijan medidas serias de recorte de gasto a los más endeudados. La armonización fiscal es conveniente para sostener la moneda y la política monetaria común, que han funcionado bien en crisis anteriores, pero que ahora se enfrentan a una guerra, después de una pandemia. Algún paso ya se ha dado, como el fondo de 800.000 millones de euros creado por la Comisión para combatir la crisis del covid, financiado con recursos de la propia UE.

Muchos economistas del mundo anglosajón vuelven a repetir que el euro no aguantará esta crisis, lo dijeron también el comenzar las dos anteriores y se equivocaron. Quizá vuelvan a fallar, pero ahora cuentan con la posible ayuda de Putin, que tiene su mano puesta sobre la llave de paso del gas y nada le gustaría más que cortar el flujo y dañar la propia existencia de la EU, una solución institucional que odia, porque representa un futuro basado en la colaboración supraestatal, que no encaja en su visión del mundo.

Los mercados empiezan a creerse su amenaza y el euro está a la par con el dólar, lo que no ocurría desde el 2000, poco después de crearse la moneda europea. A las dudas de tipo estratégico, disparidad fiscal y excesiva dependencia energética de Rusia, se suma la subida de tipos de interés de la Reserva Federal que se concentra en frenar la subida de precios porque no tiene otras preocupaciones institucionales como las del BCE.

La UE empezó como un proceso económico y los avances en este terreno permitieron ir reforzándola políticamente. Por eso el euro tiene muchísimo valor práctico y simbólico. Los nacionalistas, de dentro y de fuera, se alegrarían de que le vaya mal. El desafío de Putin exige una respuesta común, que, en gran medida, es política y toca puntos diversos. Lo comentaré en otra entrada.

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