Posiblemente nunca llegaremos a saber si tenía algo de provocado el coronavirus nacido en China, que dominaron pronto y debilitó a sus adversarios estratégicos. Como mínimo, les ha servido para que se haya olvidado rápido la toma de control de Hong Kong. Aplicando dosis de represión dura y lavado de cerebro, en pocos años homogenizarán su sistema político con el del resto de China. Las libertades democráticas quedarán para el análisis de historiadores, a pesar de que gran parte de los habitantes de la excolonia británica aún se resiste a perderlas.

Hong Kong resulta un buen entrenamiento para una operación más difícil: la anexión de Taiwán. Un país democrático de 24 millones de habitantes que ocupa la isla a la que los portugueses denominaron Formosa. El 75% de su población es partidaria de la independencia y el 60% tiene una mala o muy mala imagen del sistema comunista chino. Todo ello a pesar de la ingente propaganda desplegada por el gobierno del continente y el apoyo que da a los partidarios de la reintegración en la “madre patria”, cuyos partidos están lejos de tener oportunidades de entrar en el gobierno.

No importa, el PC chino presume de visión a largo plazo, mientras contempla como Occidente se debilita por la labor de líderes nacionalistas, ocupados en reforzar fronteras y a los que ellos apoyan. A lo mejor, dentro de 10 o 20 años, aparecerá un nuevo virus desconocido, el mundo se encogerá de miedo y llegará el momento de extender la garra totalitaria más allá del estrecho de Taiwan.

Los países democráticos deberían estar preparándose para evitarlo, porque el problema no terminará ahí, seguirán intentando tomar espacios vecinos, quizá en zonas del Himalaya, Siberia o Mongolia, y puede que nos tengamos que enfrentar a nuevas pandemias.

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