La epidemia del coronavirus se irá dominando con las vacunas y el calentamiento global es una amenaza ecológica muy seria a medio plazo, pero el mayor reto a la supervivencia de la vida humana sigue siendo la bomba nuclear, algo que nosotros creamos y que podría terminar con nuestra especie. Ayer entró en vigor el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPNW), firmado en septiembre de 2017 y ratificado por 86 países. Aunque los Estados que ya disponen de la bomba no lo han ratificado, es el primer instrumento jurídico global para evitar mayor proliferación del armamento nuclear. También es un mecanismo de presión moral de los que no lo tienen frente a los que nos ponen en gravísimo riesgo.

En la anterior entrada hacíamos referencia a los logros de Wikipedia para construir una base universal de conocimiento con acceso gratuito. En esta, tiene un papel relevante la Campaña Internacional para Prohibir las Armas Nucleares (ICAN), una agrupación de organizaciones que luchan en diversas partes del mundo por erradicar este tipo de armamento. Su tarea no es fácil porque hay demasiados países que disponen de él. Los “grandes”, consideran que es un derecho inherente a su status, y algunos gallos regionales, como Israel, Irán o Corea del Norte, se apuntan para asustar a vecinos de distintos pelajes.

En los vaivenes finales de la guerra fría y las décadas siguientes, el control de las armas nucleares ha dado lugar a diversos acuerdos entre las grandes potencias, conscientes de que la guerra nuclear no es como la convencional. Una confrontación de este tipo sólo tendrá perdedores. Pero durante los últimos años volvemos a enfrentarnos al principal defecto del sistema de estados nación que tenemos: la afirmación de las identidades excluyentes y la larga tradición de buscar la paz mediante equilibrios militares apoyados en la conocida máxima «si vis pacem para bellum«. Pero, si se rompen esos equilibrios, la tecnología militar disponible nos puede conducir hoy al precipicio final.

Superar esta situación, a lo que dedico el último capítulo del libro, demanda una trama jurídica internacional que evite excesos de los amantes de fronteras físicas, culturales e incluso raciales. Los últimos años hemos estado caminando en dirección contraria. El Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, firmado en el 87 por Reagan y Gorbachov, caducó en el 19 y no fue renovado. El acuerdo nuclear con Irán se ha borrado de hecho, tras la retirada de los EEUU de Trump. El pasado 15 de enero, Rusia anunció que sigue la línea de éste y abandona el Tratado de Cielos Abiertos para la supervisión, con vuelos no armados, del territorio de otros Estados, con el fin de prevenir el desarrollo de nuevos equipamientos.

La llegada de Joe Biden a la Presidencia del país con más capacidad militar debe impulsar un nuevo período de contención y disminución del arsenal nuclear, y de refuerzo de instituciones y reglas para supervisar y castigar a los que incumplan. En su primer día en el cargo, dijo que aceptará la propuesta rusa de prorrogar el último tratado en vigor entre las dos principales potencias nucleares sobre reducción y limitación de armas estratégicas (conocido como New START) .

Es una buena noticia, como lo es que la entrada en vigor del TPNW. Abren la esperanza de volver al camino que evita el principal riesgo que tenemos delante. Debemos concienciarnos del problema y apoyar los esfuerzos del ICAN, que recibió el Premio Nobel de la Paz en el 2017. Los dirigentes políticos han alimentado la división y este mundo más compacto y lleno de gente exige lo contrario. Una de las categorías de este blog es la de “todos somos necesarios”, hay que presionarles:

La bomba debe ser prohibida.

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