El titular incluye dos expresiones populares rusas, creadas durante los oscuros años de la URSS. La primera para designar a las personas incrustadas en el aparato del partido comunista, en español suena algo así como aparatichi. La nomenklatura es la elite dirigente a la que aceden los aparatichi más hábiles para trepar por la escala del poder.

La tentación de formar parte del aparato y llegar a la cúpula del Estado está muy extendida. Los que se manejan bien en el entramado político acaban formando una casta que les permite aguantar muchos años en el cargo público, incluso toda una vida profesional. También pasa en los sistemas democráticos. Mi libro dedica su primer capítulo a ese tipo  de castas, a cómo funcionan, a los problemas –ineficiencia, mediocridad, corrupción, clientelismo…- que crean los tinglados burocráticos muy grandes.

Los amantes de los grandes aparatos públicos defienden un Estado que lo hace todo para todos, que persigue a los poderosos y asegura el bienestar de los ciudadanos. Es una mercancía que se vende bien. Por desgracia, el sistema tiende a colapsar por exceso de burocracia y de cariño de la nomenclatura a sus cargos y privilegios. Lo más que consiguen es repartir equitativamente la pobreza que generan. Eso sí, todo acompañado por el lavado de cerebro, la censura y la policía política. Conocemos lo que ocurrió en la URSS, o lo que pasa en Cuba, Corea del Norte o Venezuela.

Sí se puede llegar arriba, asegurarse un puesto, pagarse una buena casa, echarle una mano a los compañeros fieles… Desconfíen de los que desconfían de la iniciativa de la gente, de los sistemas abiertos, de la renovación permanente que provoca la competencia y la libertad, de las iniciativas de la sociedad civil. Por ejemplo, de que haya personas que dediquen parte de su patrimonio a apoyar objetivos de interés común.

Lo digo como presidente de la Fundación Juana de Vega, cuyo patrimonio sigue al servicio del desarrollo de la Galicia rural. Lo está desde que aquella gran mujer lo dejara para ese fin en 1872. Juana era una persona rica en una Galicia pobre y demostró su solidaridad con los demás toda su vida. En esta esquina atlántica, que tradicionalmente ha tenido una actitud tolerante con los diferentes, incluidos los protestantes, los que tienen fortuna tienden a crear fundaciones. Es una tradición más del norte de Europa que de los países católicos y es una gran ayuda para el desarrollo social, la cultura, la investigación…

Menospreciar la energía de los ciudadanos libres es poner puertas a dinámicas sociales que ayudan a mejorar, a adaptarse a los desafíos de la vida. Lo que es compatible con que se tomen medidas para combatir la pobreza y la desigualdad desde el Estado, un instrumento imprescindible para ello. En el libro (capítulo 2) se analiza ese gran desafío y se proponen acciones.

Anteayer le dedicaba una entrada a los excesos del nacionalismo conservador, incrustado en el aparato político central. Hoy toca hacerlo sobre los excesos que prometen los que tienen ambiciones de controlar ese aparato desde la izquierda populista.

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