Este verano, estamos viviendo un fuerte incremento de la violencia machista. La mayor autonomía de las mujeres despierta la agresividad de hombres que se sienten marginados. Cuando la tensión lleva al feminicidio, es frecuente que el autor sea un varón de bajo nivel cultural. Si el objetivo es de tipo sexual, las coacciones pueden venir de todo tipo de sujetos con capacidad para imponer sus pasiones. Desde jefes, profesores, ministros religiosos, directores de cine, políticos…, hasta manadas de jóvenes descerebrados.
La progresiva emancipación femenina, durante los últimos 250 años, es consecuencia de la construcción de sistemas políticos respetuosos con los derechos humanos y las libertades. Considero que el grado de libertad alcanzado por ellas define el nivel de democracia de un país. Por eso, cuando llegan al poder tendencias muy conservadoras intentan siempre dar vuelta atrás a la libertad de las mujeres y de los colectivos LGTBI, cuya suerte tiende a ir unida a la de ellas. La prioridad conservadora es la familia para promover la descendencia, asignando a cada género su papel tradicional.
El tema es central en mi ensayo y en el blog. El nuevo papel de las mujeres en los países más evolucionados, que, poco a poco, va influyendo en los que aún se mueven en entornos atrasados, representa una conquista trascendental de la lucha por sociedades más justas e igualitarias. Pero hay algo más profundo. Asistimos, sin ser conscientes, a un proceso de adaptación de nuestra especie a una situación muy diferente a la que existía cuando las sociedades democráticas empezaban a dar sus primeros pasos, a finales del siglo XVIII. La Humanidad intenta poner las bases para estabilizar e incluso reducir una población que empieza a ser demasiado grande y consumista, y pone en riesgo equilibrios básicos del planeta que nos acoge. Se trata de reproducirse menos, somos muchos y vivimos más, además llegan los robots. El cambio contradice costumbres morales muy arraigadas, integradas en sistemas religiosos, que vienen de tiempos donde la situación era muy diferente. Por eso hay mucha resistencia.
Los análisis sociológicos reflejan el enfrentamiento de muchos varones contra una evolución que ven como perjudicial para ellos. Datos de una investigación que se realizó en España tras las elecciones europeas de este año, manifiestan que el porcentaje de voto masculino es tanto más alto cuanto más ultra es la organización. En Vox los hombres están detrás de dos tercios de las papeletas que obtuvo y en la nueva formación Se Acabó la Fiesta, la gran sorpresa de esas elecciones, representaron el 71 % de los votos recibidos. En este partido, desarrollado en base a redes sociales difusoras de ideas radicales simples, el porcentaje de votantes jóvenes también fue el más alto, el 67% tenían menos de 44 años.
Las tendencias populistas, con claros paralelismos con los movimientos fascistas, están en alza. Promueven la vuelta atrás: levantar fronteras, perseguir a los disidentes, combatir la unidad europea, aumentar la agresividad militar, prohibir el aborto… Trump es la versión estadounidense del fenómeno y amenaza con volver a la presidencia de la primera potencia mundial. Un escenario muy preocupante con raíces en el cambio de roles de género, que enfurece a muchos hombres (Trump ya tuvo algún sonado incidente en ese ámbito), aunque algunos de los movimientos políticos de esta línea estén presididos por mujeres y también reciban votos de muchas de ellas, como consecuencia de siglos de alienación para lograr que admitan como natural una posición subordinada.
Lo he dicho antes: la lucha por la libertad de las mujeres es la lucha por la libertad de todos.