Nigel Farage con su Partido del Brexit, partidario de una salida de la UE sin acuerdo y con bastante presencia en medios radicales (tabloides ingleses, Fox News), es un factor decisivo en la incapacidad del Partido Conservador británico de negociar un acuerdo con la UE para una salida pactada. Saben que, si lo hacen, pueden escapárseles votos hacia los ultras y perder su exigua mayoría en el Parlamento.

De las elecciones de hoy en Austria saldrá un gobierno de los conservadores que pueden necesitar entrar en coalición con el Partido de la Libertad de Austria, un movimiento de ultraderecha. ¡Qué afición tienen a la sacrosanta palabra todos los que quieren limitarla o acabar con ella!*. En los países del este de Europa hay varios gobiernos ultranacionalistas y las organizaciones políticas de esta línea están ganado presencia en países como Alemania, Francia, Italia y España, en los que también consiguen forzar a otros grupos conservadores a virar hacia la derecha dura.

Esta tendencia nos hace recordar lo que pasó en Europa y otras zonas después de la Gran Depresión de 1929, cuando se extendió la práctica de volver a reivindicar el aislacionismo y, como consecuencia, el comercio internacional casi se detuvo por completo. Sabemos cómo acabó aquel proceso y es lícito preguntarse si, a raíz de la Gran Recesión de 2008, se puede haber abierto un período similar. 

La historia no se repite, pero tiene ciclos y, dentro de ellos, períodos en los que concurren circunstancias similares a las del pasado. No podemos prever lo que va a ocurrir con el ascenso de los salvapatrias de turno, probablemente nada bueno, pero no necesariamente muy trágico. Como es lógico, las circunstancias son diferentes a las de hace 90 años. Hoy me interesa resaltar dos de esas diferencias, que me parecen las más relevantes.

Como explico en el libro, es la primera vez en la Historia en que no hay imperios coloniales. Sólo quedan pequeños rescoldos de anhelos expansionistas en torno a potencias que denomino “terrestres”, más alejadas de mares libres. Les pasa a Rusia (Ucrania y repúblicas del sur), China (Taiwán, Tibet, islas del mar de China) o Turquía (Kurdistán interno y externo), pero ya nadie aspira a invadir territorios nuevos y reconstruir imperios. Es poco probable que a un hipotético gobierno italiano neofascista, presidido por Matteo Salvini, le dé por emular a Mussolini e invadir Etiopía, como aquel hizo en 1935. Más bien se concentrará en evitar que los pobres etíopes les invadan a ellos subidos en pacíficas pateras.  La cruda realidad actual retira mucho potencial desestabilizador a las tensiones nacionalistas.

Otra circunstancia que está detrás de todo lo que ocurre es la progresiva debilidad del modelo organizativo que estructura las instituciones de todos los países: el Estado nación. El último capítulo de mi ensayo (Más allá del Estado nación) está dedicado a analizar y proponer medidas sobre este proceso. Este hecho no se daba en la primera mitad del pasado siglo, pero ahora es la causa última del nerviosismo de muchos que impulsan posturas ultranacionalistas.

El fenómeno que llamamos globalización le resta eficacia a la soberanía de las naciones. Todos estamos más conectados, las mercancías y personas viajan con facilidad. Habitamos un planeta que puede llegar los 10.000 millones de personas, donde crecen las preocupaciones ecológicas, donde los pueblos se mezclan e influyen entre sí, donde el papel de las mujeres es creciente. Todo tiende a hacer aumentar la diversidad y a restar capacidad de intervenir en situaciones que no nos gustan, porque ponen en cuestión valores e identidades que algunos toman por inamovibles.

Mucha gente contempla estos procesos con miedo porque afectan a su identidad, pero también a sus bolsillos como a los de los trabajadores de baja cualificación que se sienten atacados en sus sistemas de vida por los productos importados o por los inmigrantes. Es fácil dejarse tentar por los que les prometen recuperar el pasado, volver a los valores colectivos de la nación, protegerse de la globalización.

Son posturas que no tienen recorrido,  porque nunca es posible volver para atrás. El mundo posmoderno está transido de procesos que van a seguir: interconexión, intercambio comercial, movimiento de gentes que buscan mejorar su situación… Por eso, por mucho que lo repita Donaldo Trump, el futuro no es de los patriotas. Aunque consigan victorias parciales, que aporten aumento de tensiones y puedan dar lugar a conflictos armados. Confiemos en que sólo las guerras sean sólo de ámbito regional, porque ya hay demasiados gobiernos peligrosos con acceso a armas nucleares.

El porvenir estará en manos de los que entiendan lo que pasa y luchen con las armas de la razón para que existan dosis altas de libertad y solidaridad en sus países y en el planeta (me ha salido un cierre que parece de un ilustrado del XVIII).

*En este blog, ver “Los conservadores se rinden: dicen que son liberales” 13-09-19

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