Hoy es el Día Internacional contra la Violencia de Género. Los medios de comunicación y las instituciones se ocupan de este asunto; hay manifestaciones en todo el mundo contra un problema que es quizá la mayor lacra de la Humanidad. Para situar el tema y poder analizarlo, deberíamos reflexionar sobre los mecanismos culturales que actúan sobre las mujeres y que hacen que algunas consideren, por ejemplo, que no deben denunciar los malos tratos que sufren o que deben cubrirse el pelo.

En la lucha a favor de la igualdad real de las mujeres es necesario socavar los mecanismos de dominación subconsciente y no es fácil. Por la importancia de este tema, mi libro dedica uno de sus cinco capítulos a la libertad de las mujeres. Por supuesto, los otros cuatro también les afectan a ellas porque hablan de dificultades y soluciones en diversos frentes para proteger el uso de las libertades de todos. Sabemos que las mujeres son las principales perjudicadas cuando se vuelve a sistemas autocráticos.

Por mucho que mejoremos las condiciones de igualdad legal y real entre sexos y que establezcamos mecanismos más potentes para combatir la violencia de género, no avanzaremos suficientemente si no somos capaces de atacar los sistemas de alienación que ayudan a que bastantes mujeres puedan sentirse cómodas en situaciones de inferioridad.

Aunque para muchos no es políticamente correcto reconocerlo, en el ámbito religioso se refugian hábitos, roles, poderosas reglas morales que proceden de tiempos en que la Humanidad era pequeña en número de individuos y necesitaba protegerse como especie en peligro. Por eso se erigen en guardianas de una moral reproductiva del pasado, que lleva a que, por ejemplo, sus altos dirigentes sean hombres. Esto último debería tomarse muy en serio en países donde choca directamente contra un ordenamiento constitucional que declara y protege la igualdad entre géneros, y en un contexto en que, por primera vez, la Humanidad corre el riesgo de morir de éxito por la superpoblación del planeta. .

Por ello, resulta difícil de entender que se considere normal que estas instituciones reciban fondos públicos para educar a las nuevas generaciones. ¿Cómo no se van a sentir alienadas las niñas que ven como natural que, en última instancia, los superiores de la organización a la que se adscribe su colegio sean indefectiblemente varones? También deberíamos tomar en cuenta los valores respecto de la mujer que manifiestan las familias inmigrantes que quieren conseguir la residencia en países europeos, antes de facilitársela. Incluido si permiten que las jóvenes usen traje de baño o vayan al cine o lleven el pelo suelto. Son temas, sin duda polémicos, en los que mi libro entra.

Además, deberíamos estar en guardia, especialmente las mujeres, ante el ascenso de organizaciones políticas que quieren reimplantar valores de otros tiempos para regular el comportamiento femenino. Hace unos días, Vox, rompiendo la unanimidad en la Asamblea de Madrid, impidió que ésta aprobara una declaración contra la violencia de género. La pesadilla que Margaret Atwood describe en El Cuento de la Doncella empieza a asomar las orejas detrás de algunos carteles electorales que cuentan con el voto de muchas mujeres. Consecuencia de siglos de alienación.

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