La inmensa mayoría de los chilenos (79 %) han aprobado en referendo sustituir la Constitución heredada del general Pinochet. Una Constitución que en sus 40 años de vigencia había sido ampliamente modificada en los aspectos más lesivos. Esos cambios eran el argumento principal de los partidos conservadores que gobiernan ahora y se oponían a redactar una nueva carta magna. Perdieron por goleada.

Aquí también tuvimos una transición de dictadura a democracia y empiezan a escucharse voces que piden la revisión de la Constitución. Tema que, como en Chile, rechazan principalmente los partidos más conservadores. Pero quizá, en algún momento, también deberíamos preguntar a los ciudadanos sobre ello.

La situación de España es diferente a la de Chile, primero porque la vigente Constitución fue redactada tras la caída de la dictadura del General Franco, que fue mucho más larga que la de Pinochet y estuvo precedida por casi tres años de guerra civil. La duración de un régimen militar tiende a ser proporcional al número de muertos que acompañaron su llegada. La implantación del sistema totalitario en Chile fue seguida de una gran represión, con todo tipo de asesinatos y violaciones de derechos humanos, pero no es lo mismo que una larga guerra civil y, al contrario que el de aquí, fue el propio régimen el que dejó en vigor la actual Constitución.

El nuestro es también un Estado más complejo, con varias lenguas y una historia anterior con muchos ejemplos de fracasos colectivos. Como consecuencia, tenemos un catálogo de temas a revisar capaces de generar graves tensiones. Entre ellas, la forma de Estado (elegida por el régimen anterior) y la clara federalización del sistema autonómico eliminando las provincias y quizá algunas de las autonomías, producto de aquel “café para todos” que se vivió.

No debemos esconder el problema de la mala articulación de España, por mucho que dé miedo y ahora no sea el momento de abordarlo. Nuestra Constitución contiene algunas soluciones poco felices derivadas del compromiso entre los principales partidos, sobre el que gravitaba la amenaza de un posible golpe militar . La transición cumplió su papel y la crisis actual está mostrando las carencias del pacto alcanzado. Cuando la pandemia esté olvidada, quizá sea la generación de los millennials la que deba abordar una nueva constitución no condicionada por el miedo. Como acaban de hacer los chilenos.   

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