La estrategia del PP responde a un proceso que ocurre en otros países: vuelta al pasado para responder a los nuevos desafíos de las estructuras políticas nacionales. Hay muchos ejemplos que aquí se han ido tratando y que seguiremos observando. Los problemas del Reino Desunido tras el Brexit, un intento de recuperar tradiciones institucionales de la era victoriana, muestran las dificultades que crean esos esfuerzos por enfrentarse al futuro agarrándose a  viejos valores. Meter la marcha atrás no es lo mejor para enfrentarse a este mundo lleno de gente muy interrelacionada y propensa a ir de un lado a otro buscándose la vida, como siempre ha hecho.

No obstante, hay que entender que, desde el punto de vista electoral, la reivindicación de la identidad resulta atractiva para muchos. No en vano el sistema educativo por el que pasamos todos se emplea habitualmente para conformar esos valores. Los más apegados a ellos se encuentran en dos grupos de ciudadanos. Los primeros defienden intereses económicos o de carrera política y funcionarial muy apegada al mantenimiento de las instituciones y temerosos de cualquier cambio que pueda perjudicarles, son bastantes y tienen poder. Los segundos, mucho más numerosos, se encuentran en los grupos sociales menos cultos y cosmopolitas a los que un Estado nación tradicional transmite sensación de seguridad. Estas bases sociológicas confluyeron de forma entusiasta en el referéndum que originó la separación británica de la UE.

En España, el principal partido de la oposición escenifica la reivindicación del pasado, resaltando valores comunes que atraen a muchos votantes potenciales. Una experta en ello es la popular presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que nos acaba de ofrecer una muestra de lo que piensa sobre ese pasado que cimenta el orgullo nacional. Lo que expuso ante el Congreso de los EEUU el pasado día 30 lo describe en un artículo un catedrático de historia de la Universidad de Santiago como “exhibición de ignorancia histórica e ideología colonial carpetovetónica”. Pero la aplauden sus seguidores, incluidos algunos medios de comunicación antes llamados nacionales y ahora cada vez más locales. En la misma línea se manifestó, pocos días después, Toni Cantó, nombrado recientemente director de la Oficina del Español, otro invento patriótico de la Sra. Díaz Ayuso como si no llegaran las organizaciones públicas que ya existen para proteger el castellano, como el propio Instituto Cervantes

Pablo Casado ofició otra ceremonia de reivindicación de los valores de siempre en el acto final de la convención itinerante de su partido que cerró, cómo no, en una Plaza de Toros. Una imagen de tauromaquia para ejemplarizar el futuro que propone. Eligió Valencia porque allí el PP mantiene una base fiel, a pesar de que durante su largo gobierno en aquella comunidad hubo mucha corrupción y la apuesta por invertir en construcción y grandes espectáculos arrastró a los valencianos a bajar varios escalones en el ranking español de renta per cápita.

Su discurso, como es normal, reivindicó la gestión del PP, que ahora debe estar preocupado porque el actual presidente valenciano Ximo Puig, del PSOE, se ha vuelto muy reivindicativo de los valores de la periferia sobre los de la capital, que tanto pesan en la derecha. Se apoya también Casado en la expansión económica registrada durante la presidencia de Aznar, pero olvida que se basó en la gran burbuja inmobiliaria generada en España por la entrada en el sistema monetario europeo, que nos trajo tipos de interés muy bajos para lo que era habitual aquí. Su estallido lo tuvieron que lidiar otros. Eso sí, en su viaje hacia atrás pasó por encima de las numerosas corruptelas que generó el partido en su estructura central, ligadas en algunos casos, aún en juicio, a las registradas en Valencia. Se limitó a prometer, cómo no, que tomarán medidas para combatirlas.

También amenazó con derogar leyes y volver a las esencias. Al parecer hacen falta más niños en un planeta amenazado por la superpoblación y deben reforzarse las ayudas a la natalidad. Es lo que tiene el pasado, usamos ideas de base religiosa procedentes de otros tiempos para gestionar el futuro, por ello combaten el aborto, los derechos de los colectivos lgtbiq+ o la eutanasia. También les gusta manipular la libertad de expresión, la que más molesta al poder. Hay que enseñar religión, perseguir lo que consideran blasfemia o ver como delitos de odio hablar mal de sus ideas de siempre.

Todo esto nos llega de políticos jóvenes que dicen que quieren cambiar las cosas. No han vivido la educación de tiempos de Franco, muy alineada con esos supuestos valores nacionales y la versión de la historia de España en los que se sienten seguros. Algunos de los que asistieron al colegio entonces están cómodos en este viejo-nuevo entorno de la derecha dura a la que el centro político le queda cada vez más lejos y el geográfico cada vez más cerca. Los que peleamos entonces por conseguir un régimen de libertades que nos devolviera a la normalidad democrática europea solíamos decir en plan de guasa “si nos descuidamos, nos educan”. Lo vuelven a intentar.

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4 comentarios

  1. Desde el respeto, faltaría más, a tus opiniones, que complacerán especialmente a público objetivo al que se dirige el libro, conviene no olvidar que, con distintos matices (nadie puede arrogarse la posesión de toda la verdad) lo que tu calificas de «marcha atrás» es interpretado por una, diría yo, gran mayoría, como un «stop» a la desnortada deriva por la que nos deslizamos. Y para ello no hay que buscar, solo, entre los grupos que citas, poniendo énfasis en los «menos cultos y cosmopolitas», argumento maniqueo donde los haya que pone en cuestión la esencia misma de la democracia y, por tanto, de esa libertad que proclamas, si no entre los ciudadanos del común que no provienen de ninguna burguesia privilegiada social y económicamente, pero a los que no se debe mirar por encima del hombro como si sus opiniones no contasen.
    Entrar en otros detalles daría para escribir otro libro, pero como no se trata de eso, concluyo diciendo que cuando recurrentemente se vuelve sobre los mismos pretendidos razonamientos demonizantes de lo mismo y los mismos, me viene a la memoria la celebre frase de Luis Van Gaal, en respuesta a un recalcitrante crítico:
    «Siempre netativo, nunca positivo».

    1. Haces valoraciones difíciles de demostrar como que la mayoría respalda una clara vuelta atrás, por ejemplo prometiendo derogar la ley del aborto, que Rajoy no tocó en su tiempo de Presidente. Lo del bajo nivel cultural está muy estudiado, es el caso, por ejemplo, de los que votaron a favor del Brexit y fue unos de los temas clave para el ascenso del fascismo en Alemania e Italia hace 90 años. En cuanto a volver sobre lo mismo, te pido disculpas pero, como bien dices, me baso en las ideas del libro y esas están impresas

  2. Que a identidade nacional -como a relixiosa- ofrece seguridade aos sectores menos cultos xa o explicou Marx ao falar do lumpen; Ou a historiografia italiana e alemá para explicar o fascismo e o nazismo. E ben traído esta aquí, ao meu ver, por analítico e descriptivo… non por valorativo

  3. Yo no he dicho, ni se me ocurre, nada de «una clara vuelta atrás», como me atribuyes. Si, que una mayoria que no este condicionada por intereses muy concretos (de distinta naturaleza, identitarios, etc.) sienten la necesidad de poner freno a la «desnortada deriva por la que nos deslizamos». Me niego a creer que quienes así piensan sean unos «carcas» incultos y paletos a los que hay que enseñar a votar. Otra cosa sería defender el despotismo ilustrado o caer en el mismo despropósito de quienes hace poco manifestaban (más o menos) que si los mayores no votasen ellos serian quienes ganarian las próximas elecciones.
    No mezclemos las cosas trayendo aquí, al respecto tratado, ni al Brexit ni al fascismo de hace 90 años. Los fundamentos y motivaciones de una y otra cosa no son comparables

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