Empiezan las vacunaciones para inmunizar frente el COVID 19, una muy buena noticia que ha caído dentro del mismo año en que nos atacó el bicho, ¡bravo por la ciencia!. Ahora lo esencial es conseguir, en seis o nueve meses, la inmunización de la mayor parte de la población y, en la mitad de ese plazo, la de los sectores más amenazados, principalmente sanitarios, personas de edad avanzada, trabajadores sociales y profesionales con mucho contacto con el público. Ese es el objetivo importante, saber quién pone la primera vacuna es secundario. Pero a los nacionalistas les encantan las medallas.

El gran especialista en ceremonias de grandiosidad patria, Vladimir Putin, dice que ha cruzado primero la meta. Su vacuna se llama sputnik, el nombre del primer satélite enviado al espacio. Otra carrera de prestigio ganada en 1957 por el Imperio Ruso, llamado entonces URSS, inmerso en la carrera espacial con los EEUU, gracias a la tecnología de fabricación de cohetes que ambos impulsaban, apoyados en científicos alemanes capturados tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

A saber lo que les estarán metiendo a los primeros rusos vacunados. Para Putin, lo fundamental es pasar en cabeza la línea de meta, aunque sea dopado. Saben mucho de dopaje, la URSS hacía cualquier cosa con tal de apuntarse medallas y nunca sabremos si su vacuna produce efectos secundarios. Rusia tiene una población muy envejecida a la que el coronavirus ha golpeado con dureza, espero que hayan acertado en el tratamiento.

Los días vuelven a ser felices para el Zar Perpetuo de Todas las Rusias, entronizado justo al llegar el COVID 19 por una reforma constitucional que le permite seguir sentado en el trono indefinidamente. Aún ayer la Duma acordaba también su inmunidad vitalicia. Asentado en el poder, además de presumir de liderazgo ante la pandemia, le está subiendo algo el precio del petróleo, dopaje imprescindible para que pueda seguir en primera división internacional y fomentar el orgullo ruso.

Boris Johnson también esprinta para reforzar la autoestima británica. Mientras se aproxima el día de salida de la UE, exagera el logro farmacéutico y aprovecha para mostrar a sus conciudadanos lo bueno que es estar fuera y no sufrir papeleo de Bruselas para aprobar la vacuna. Quizá se saltaron algún trámite menor, pero lograron la foto de la primera persona vacunada en Occidente.

De los chinos sabemos poco, al parecer tienen también una vacuna y la están aplicando. Presentan deliberadamente un perfil bajo porque no les debe gustar que se hurgue en el oscuro origen del gravísimo problema sanitario que empezó allí. Igual llevan ya más de un año investigando para obtener la vacuna.

El Presidente Trump está hiperactivo, ha montado la gran reunión mediática (lo suyo es el show business) para mostrar que pone las bases de un imparable plan de vacunación antes de irse de la Presidencia. Deja atrás un país con altísimas tasas de contagios y fallecimientos, gracias en gran parte a su reticencia y la de sus “allegados” a tomar medidas preventivas eficaces. Su abogado Giuliani, entre otros, está sintiendo las consecuencias.

Todo lo anterior tiene mucho que ver con el concepto tradicional de estado nación, construido desde el S XVII sobre patrias ancestrales. Es lo que venden los populistas, mercancía antigua apreciada por muchos. El libro que me sirve de base dedica su último y más largo capítulo (Más allá del estado nación) a la necesidad de adaptar esas instituciones a una nueva fase de la Humanidad. Como allí se explica, el primer intento en esa línea es la UE, que sufre ahora tensiones graves por causa de nacionalismo populista: el Brexit y el chantaje de los gobiernos de Polonia y Hungría, de perfil autoritario. Pero, al menos, Emer Cooke, directora de la Agencia Europea del Medicamento, puede declarar que no ha recibido presiones para acelerar la aprobación de las vacunas. Johnson le llama burocracia, a mí me da seguridad.

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