El primer ministro británico, Boris Johnson, nunca estuvo a la altura de un cargo que probablemente dejará pronto. Aprovechó el fervor patriótico del Brexit para subirse a él, impulsado por los dos principales motores del nacionalismo inglés. Es un hombre de clase alta, formado en las mejores instituciones educativas, de esos que siempre figuran en los primeros lugares de los gobiernos, especialmente si son tories. Pero también es un juerguista de aspecto descuidado que atrajo a votantes laboristas de barrios obreros, gente con poca formación que en aquel país constituyen la masa de aficionados al fútbol y la cerveza. Fueron los que decantaron la decisión de salida de la UE.

En su residencia oficial de Downing Street se han pasado de fiestas en tiempos en que el gobierno exigió el confinamiento de la población o había que guardar luto por la muerte de Felipe de Edimburgo el pasado abril. Ese fallecimiento libró a Felipe del disgusto de ver al Príncipe Andrew apartado de la familia real por la acusación, en Nueva York, de abuso de una menor, captada por la red de su amigo, el magnate y depredador sexual Jeffrey Epstein, que se suicidó hace dos  años y medio en la cárcel. A la Reina viuda ha tenido que dolerle mucho porque es su hijo favorito. Estas gentes son proclives a escándalos porque se consideran por encima de los demás. El hermano mayor de Andrew, el príncipe Carlos, tuvo muy ocupados a los medios durante su difícil convivencia con Lady Di hasta la trágica muerte de la madre de sus herederos, un espíritu libre que se adaptó mal a la jaula de oro.  

La  familia real apoyaba discretamente la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Nunca les convenció que hubiera una implícita cesión de soberanía para estar allí. Les gusta saber que su finca no tiene cargas. En esa línea, su Gobierno intenta ahora aclarar lindes en Irlanda,  renegociando con la UE lo que firmaron cuando la dejaron, que ya no les gusta. Un tema que dará para hablar a lo largo de este año, en que se cumple el centenario de la independencia de la República de Irlanda.

Circunstancias diversas debilitan los cimientos ideológicos y la posición de algunos protagonistas del Brexit. La vuelta al pasado, la separación de un Estado nación muy importante de la UE, el primer intento serio de la Humanidad para superar los límites de ese modelo institucional y adaptarse al mundo del S XXI, acaba inoculando en el que se va el propio virus de la desunión y amenaza con trocearlo.

Es peligroso jugar con populismos en el ambiguo espacio de la unidad patriótica. También ella, en tiempos de apertura, diversidad y democracia, presenta fisuras que tienden a abrirse si se presiona demasiado. Fantasiosos viajes hacia atrás en el tiempo someten a la luz de hoy todo lo que tiene de superficial la historia idealizada por algunos; como, en el caso de Inglaterra, una monarquía de otros tiempos, la división de una isla vecina por criterios religiosos que ya no son relevantes o el fervor de patriotas juerguistas. Pagan su exceso de orgullo con la exposición pública de sus impudicias. En ellas vemos que no es un país serio, aunque quieran hacernos creer lo contrario.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *