Dentro de las malas noticias que nos acosan, el despido de John Bolton como asesor nacional de seguridad de los EEUU da un cierto respiro. Se trata de un halcón militarista de la peor especie, uno de los principales promotores de la invasión de Irak en el 2003. Una ocupación ilegal, sin autorización de la ONU, basada en informaciones manipuladas por la CIA, que provocó miles de muertos e incrementó la inestabilidad en la región con consecuencias que llegan hasta hoy. Los líderes de aquella barbaridad, incluido nuestro J.M. Aznar, deberían ser juzgados por crímenes de guerra en un tribunal internacional (pgs. 108-109 de mi libro).

Que se retire a Bolton de la vida pública es una alegría. Elimina un obstáculo importante para la búsqueda de soluciones pacíficas a muchos conflictos. Pero no se alegren demasiado. Su cese, el tercer asesor de seguridad que se carga el sr. Trump, también es un síntoma  de que el Presidente pretende hacer lo que le da la gana y cambiar de opinión cuando le apetezca. Bolton es un militarista convencido y consistente, al que no le gustan las indecisiones cuando se trata de apretar clavijas con las armas en la mano. Por eso tendía a llevar la contraria al Presidente con demasiada frecuencia, lo que le ha costado el cargo.

Se retira un halcón muy peligroso, pero sigue al mando un niño gordo, rico y mal criado. Ha aprovechado el cese de Bolton para meter miedo a todos los que le quieren contradecir enviando un mensaje diáfano: aquí mando yo, hago lo que quiero y echaré al que me ponga pegas.

Seguirán los sobresaltos.

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