España lidera la lista de países con más fallecidos, en función de la población, por la epidemia del coronavirus. Es algo que tendrán que analizar los historiadores, cuando pase algún tiempo y los datos sean depurados y homogeneizados. Los responsables de lo ocurrido son los que nos gobiernan. Aunque la oposición, que estaba al frente de la autonomía de Madrid, tampoco puede presumir de eficacia. Lo que está ocurriendo pone en cuestión la labor de personas concretas, pero también ofrece una base para cuestionar la calidad de la clase política y la eficacia de cómo estamos organizados.

Si el porcentaje de fallecidos por la epidemia en Italia, el país que nos disputa el liderazgo del desastre, se aplicara a la población de España, llevaríamos unos 2.000 muertos menos. El dato probablemente empeorará porque estamos en una fase anterior a ellos en la evolución de la epidemia. Creo que llega el momento de empezar a valorar las causas de decisiones que, como mínimo, nos han costado la desaparición de 2.000 ciudadanos, personas con nombre, con familias, con años por delante que ya no vivirán. Una reflexión que continuará durante tiempo, pero que conviene iniciar ya, porque se siguen tomando decisiones con los mismos parámetros y causando daños innecesarios.

Este es un país con ciudadanos que están demostrando muchas virtudes (incluido especialmente el sistema sanitario) y de los que tenemos que enorgullecernos. Pero no estamos bien organizados como colectivo y esa es la razón de base de lo que pasa. Mi libro analiza las tensiones y problemas que están creando las nuevas dimensiones de la Humanidad y cómo debería adaptarse a ellas para mantener la eficacia en su funcionamiento, a la vez que se protegen los derechos y la libertad de las personas. España lo tiene mal resuelto.

Como ya he comentado en otras entradas, la causa principal de lo mal que lo hemos hecho es el exceso de centralismo, que implica, antes que nada, proteger los intereses de la capital, sobre la que está prohibido aplicar medidas que puedan perjudicar su competitividad relativa. Era nuestro Wuhan, pero no se quiso cerrar en las primeras semanas.

Me despierto pensando si los niños de El Hierro o La Gomera, donde la epidemia no se manifiesta y es fácil establecer controles de entrada y salida, pueden ir ya a la playa o a la escuela, para aprovechar lo que queda de curso. Ellos, y otros muchos, podrían tener mejor calidad de vida sin esperar a que mejoraran las zonas donde la epidemia es aún muy activa. La testaruda incompetencia no sólo trae muertos innecesarios, también mucho dolor y pérdidas económicas por la incapacidad para graduar las medidas.

Ya critiqué en otras entradas el slogan elegido por el gobierno. Para ellos, “unidos” se traduce en uniformidad (el Sr. Simón habla de homogeneidad) y además la presentan respaldados por uniformes. Los dos líderes de la coalición en el Gobierno han nacido y vivido en la capital y parece que traslucen en sus actos ese rasgo, profundamente arraigado en la cultura de la mayor ciudad de España, el centralismo. Al que algunos, que llevan el adjetivo unido/as en el nombre, suman instintos del viejo “centralismo democrático” acuñado por el camarada Lenin, del que, por cierto, pasado mañana se celebra el 150 aniversario de su nacimiento.

Empiecen a pensar en una vuelta a la normalidad en que sean las CCAA las que adapten el proceso a su situación, teniendo en cuenta también la diversidad interior de cada una. El Presidente del Gobierno, cuando le plantean estas medidas, empieza a recurrir a la terminología unitaria y a decir que también están las provincias y los municipios. Cuando le escucho, recuerdo los discursos de tiempos de Franco, cuando se alababa la diversidad de España, pero el asunto se confinaba en el apartado de “coros y danzas” de la Sección Femenina de Falange.

Como no cambien radicalmente su forma de operar vamos a seguir teniendo mucho sufrimiento innecesario y un exceso de pérdidas económicas que no nos podemos permitir. En una entrada próxima, analizaré los resultados obtenidos en la lucha contra el coronavirus por un país federal, Alemania, por el más centralista, Francia.

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1 comentario

  1. No se puede evitar (creo yo) que haya huracanes, o terremotos u otras catástrofes más o menos naturales. Tampoco que por razones que los científicos parecen no tener muy claras «nazcan» y/o muten virus que en ocasiones resultan difícilmente controlables y terminan expandiéndose con gran letalidad y otras gravísimas consecuencias sanitarias y económicas. Este tipo de desgracias, por calificarlas de algún modo, siempre sorprenden, por más que la historia nos muestre nuestra vulnerabilidad. Pero dicho lo que antecede, lo que no es de recibo es que un conjunto de irresponsables pautas de comportamiento, pese al «preaviso» que supone el ver las barbas del vecino afeitar, conviertan a los gobernantes de un país en colaboradores necesarios para convertir un grave problema en un auténtico desastre. No ve voy a extender en ello porque lo que a la vista está no debería precisar de mayores explicaciones. Quien quiera verlo lo verá y no quien no quiera.
    Lo que no acabo de entender es eso de que «la causa principal de lo mal que lo hemos hecho es el exceso de centralismo». Una situación poliédrica como la que es objeto de comentario, exige un mando único en muchos de sus aspectos, pues ni patología del virus ni su terapéutica entienden de territorios. Otra cosa es como se gestiona esa responsabilidad. No basta con intentar cubrir las apariencias con recurrentes «conferencias» estériles, por cuanto en la práctica se desoyen sugerencias, medios, necesidades apremiantes de distinta naturaleza y singularidades, ninguneando a quienes, sin cuestionar ese «mando único», conocen y administran cotidianamente las CCAA. No. El necesario liderazgo a nivel nacional no es éso. No es tratar de diluir responsabilidades cuando las teóricamente asumidas hacen aguas por todas partes y se termina por forzar un sálvese quien pueda.
    Queda aún un largo y duro camino que recorrer antes de emprender el de regreso a una normalidad que, en ningún caso, ni en lo sanitario, ni en lo económico ni en lo social, será la misma de la que venimos. Todos tendremos que adaptarnos (es la mejor, si no la única, forma de sobrevivir) y, eso si lo comparto, hemos de pensar en global en un mundo globalizado, pero actuando en local en lo que a lo local corresponde. La adaptación consiste en éso.

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